Dimite la Lideresa el lunes, y acto seguido, como quien ya lo tiene todo resuelto, se muere Santiago Carrillo, en el arrullo del sueño, con 97 años vividos en plena lucidez, para envidia de tantos que con 50 y 60 años menos, ni saben lo que es eso ni aspiran a disfrutarlo.
En la dimisión de Esperanza Aguirre hay una variable que se nos escapa, porque la cólera de Dios no se baja así como así del cargo. Una mujer que sale de un helicóptero accidentado con el garbo con que una stripper sale de una tarta (tanto más exacerbado por la carusa de he visto mi vida en fotogramas con que salió Mariano) no abandona el barco sin un motivo de mucho peso, o un cálculo milimétrico de los pasos que dará en el futuro.
Se quedan los madrileños con un presidente llamado Ignacio González, que ni de lejos es tan dicharachero como el nuestro (como nuestro Ignacio González, no como nuestro presidente).
Lo mismo que el lunes fue día de regocijo para los internautas de izquierda, el martes lo fue para la peor derecha, excitada ante el cadáver de Carrillo. La misma gente a la que le parecía una grosería injustificable andar recordando que Fraga fue ministro de Franco, se pasó dos días vociferando en la red y en los medios “Paracuellos” y a continuación una retahíla de insultos irreproducibles.
Y mientras, sigue pasando el tiempo y este país aún no sabe por qué estaba triste Cristiano Ronaldo.