FÁTIMA HERNÁNDEZ * | Santa Cruz de Tenerife
Dicen que el famoso explorador Scott se refirió a él en cierta ocasión como el señor del Polo y no es asunto baladí, sobre todo teniendo en cuenta que, aunque poco conocido para el gran público, la figura de Jean-Baptiste Charcot (1867-1936) debería ser señalada de manera repetida en las menciones de hombres ilustres. El científico y marino que, allá por 1910, llegó a ser escoltado por una escuadra de buques de guerra durante su entrada triunfal por el Sena, el 4 de junio, después de una gloriosa hazaña -descubrir la llamada Tierra de Charcot (bautizada así en honor a su padre)-, tuvo una vida curiosa aunque desconocida y apasionante.
Este mecenas francés nació en la localidad de Neuilly-sur-Seine en 1867 y murió en 1936. Su padre, Jean-Martin Charcot, fue maestro de Freud y está considerado como uno de los pioneros de la neurología moderna. El propio Jean-Baptiste Charcot llegó a ser doctor en medicina, trabajando para el Instituto Pasteur, en el que publicó interesantes trabajos sobre el sistema nervioso. Viajero desde muy joven con su progenitor, parece ser que en estos periplos fraguó la pasión que le llevó a descubrir y explorar nuevas tierras, pero al tiempo desarrollar una extraña fobia por los países cálidos.
Casado con una nieta de Victor Hugo (divorciada de uno de sus compañeros de estudios) de la que finalmente se separó, más tarde contrae nuevas nupcias con una pintora de nombre Marguerite Cléry, que gustaba acompañarle en sus desplazamientos. Aficionado desde muy joven a la navegación, encargó un barco al que llama de manera muy original Pourquoi-pas?. A un primero le siguieron otros tres, convirtiéndose el Pourquoi-pas? IV en el primer Buque Escuela de la Marina Francesa. Pero con este barco no comienzan sus hazañas, no, porque entre 1903 y 1905 al mando de otro buque, el Français, inicia la expedición francesa a la Antártida. Esta primera campaña dio lugar a la confección de varias cartas marinas y la obtención de numerosas muestras (unas 65 cajas llenas de ejemplares marinos) que se depositaron en el Museo de Historia Natural de París. Como anécdota cabe destacar que el Français llevaba a bordo 125 botellas del conocido Anís del mono y que la empresa catalana productora del mismo, enterada de la fama del Comandante, llegó a usar la carta de solicitud de compra para hacerse publicidad. Asimismo, una firma de champán para celebrar el éxito de la expedición promocionó uno, Mumm Cordon Rouge, con delicioso sabor a limón y pomelo.
Nuevos proyectos
Ya en años posteriores, entusiasmado con nuevos proyectos que contaron con el apoyo de la Academia francesa y del Príncipe Alberto I de Mónaco, construyó un nuevo Pourquoi-pas? (el IV) para marchar hacia las islas Decepción, Booth y Peterman. En esta última, durante su estancia en el campamento, se organizaron cursos y observaciones científicas, incluso un oficial (de apellido Rouche), por una apuesta, escribió una novela romántica El amante de la mecanógrafa cuyos nuevos capítulos la tripulación esperaba con verdadera ansia. Después de un tiempo enfermo de escorbuto -muy grave- volvió a la isla Decepción. Según relatan, al llegar y observar el buen estado del campamento que habían instalado tiempo atrás, exclamó, emocionado: “¡Es como si nunca me hubiera marchado!”
Desde allí y una vez descubierta la Tierra de Charcot, referida al inicio del artículo, regresaron a Francia donde -como ya se ha mentado- les recibieron con honores un 4 de junio de 1910. Las ilustraciones que realizaron superaron el número de 3.000 y las aportaciones a la ciencia fueron muy importantes (muestras biológicas, cartografía de más de 200 kilómetros…).
Reconocimientos
Años después, condecorado en la I Guerra Mundial por su brillante y valiente papel al mando dos buques de lucha antisubmarina, fue nombrado miembro de numerosas academias parisinas (de Ciencias, de Marina…). Con los años retoma sus viajes, pero hacia el norte, Groenlandia, y en 1936 durante una terrible tormenta que les sorprende cerca de Islandia el Pourquoi-pas? IV naufragó. Dicen que, desesperado ante la evidencia de una muerte segura, el profesor Charcot liberó de la jaula a su dulce gaviota (la mouette Rita, mascota del barco durante mucho tiempo), como entre lágrimas relató el único superviviente, Eugéne Gonidec (un timonel apodado El pingüino).
Según algunos, los días de tormenta, con París sumido en intensas brumas de nostalgia, se ve un enigmático lárido que picotea nervioso y agitado -como intentando buscar desesperadamente algo o alguien- sobre un mausoleo, del cementerio de Monmartre, tristemente ignorado por los visitantes del camposanto. Quienes se acercan intrigados pueden leer la inscripción: “Commandant Jean-Baptiste Charcot”. Los incrédulos opinan que se trata de una leyenda, peut-être que… Pourquoi-pas?
*Conservadora marina del Museo de la Naturaleza y el Hombre del OAMC