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Antes de leerla en la histórica edición de las Obras Completas, en la edición de lujo de Aguilar, conocí Yerma a partir de una grabación discográfica que guardó con mimo Sebastián Gómez Torres, un republicano culto que, como otros adultos, ampliaron el objetivo de unos escolares inquietos que encontraron en el teatro, no sin dificultades y obstáculos, un medio de desarrollar inquietudes en una ciudad temerosa. Autora Bautista (1925-2012) interpretaba a la madre imposible en una alegoría de la esterilidad de una España dividida que ensayaba la mayor de las crueldades de su azarosa historia. Con Miguel Gómez, Eladio Crehuet y Pedro Rodríguez, tan lejos y tan cerca, oímos aquel espléndido trabajo y la protagonista entró en nuestro imaginario con todos los predicamentos de los grandes. Luego llegaron, con el capricho y disponibilidad de los distribuidores, Locura de amor, Pequeñeces, Agustina de Aragón, títulos firmados por Juan de Orduña, de un ciclo heroico que tenemos que poner en valor y, sobre todo, La tía Tula, con la que debutó Miguel Picazo que, de una tacada, reivindicó una de las mejores novelas de Miguel de Unamuno y a la actriz vallisoletana, una actriz de grandes facultades y una mujer crítica con muchos aspectos de la implacable censura y el asfixiante régimen. Cuando el cine, sometido a controles y consignas, le dio la espalda, emprendió -como tantos otros compatriotas – la aventura americana y trabajó en películas baratas que no rompieron las fronteras de México y Argentina, donde residió varios años. Dos grandes directores la captaron para el teatro y su carrera se engrandeció, a las órdenes de José Tamayo y Luis Escobar, con magistrales versiones de Antígona, Medea, La gata sobre el tejado de zinc caliente y una Yerma que se convirtió en un desafío para las grandes damas del teatro español que se enfrentaron, con distintas cualidades y estilos, al personaje más rico y determinante del teatro lorquiano, estrenado en el animado lustro republicano (1934) por la eximia Margarita Xirgu, la actriz fetiche de Federico García Lorca. Con ejemplar eficacia, participó en papeles de reparto, con Luis Lucia, José Luis Garci, Basilio Martín Patino, García Sánchez y José Luis Cuerda, entre otros, y vivió con plena coherencia, con discreción e independencia de criterio, ajena a las frivolidades de la farándula y con la admiración de quienes, desde mediados del siglo XX, la ubicaron entre las grandes y la llamaron “doña”.