“Ustedes ya conocen la noticias. Ahora les contaremos la verdad”, dice la fórmula de la entradilla del programa televisivo El Intermedio (en La Sexta), conducido por José Miguel Monzón, El Gran Wyoming, cuya séptima temporada comienza hoy. La fórmula, para quienes conozcan el estilo habitual y la línea crítica del espacio, es muy atinada: anticipa un tratamiento distinto, una interpretación crítica, irónica y humorística, de los asuntos de actualidad que, según memorable definición de Carlos Luis Álvarez, Cándido, no existe; se crea, lo que aquí, en este peculiar producto, en el que han llegado a reírse de sí mismos, encaja perfectamente. Consecuentes con aquel viejo aforismo, el humor es cosa seria, Wyoming y los suyos se han esmerado durante años en ofrecer una alternativa al sesgo informativo, entre oficialista y propagandista, imprimiendo a la crítica política un sello propio y sarcástico que traslada al espectador un constante ejercicio intelectual que genera, a su vez, cuando menos, una risa sardónica. El Intermedio es hoy, salvando las circunstancias sociopolíticas y las distancias temporales y audiovisuales, lo que pudo haber sido La Codorniz, sobre todo, con el lema de ésta: “La revista más audaz para el lector más inteligente”.
Porque de audacia se llena el programa, en efecto, con tal de encontrar aristas cómicas y desenfadadas a informaciones que han ido sucediéndose teniendo que aceptar su cobertura y su tratamiento según la línea de cada medio; o a declaraciones de políticos y cargos públicos que dejan expresiones abiertas a una réplica ocurrente o una precisión satírica. Y algo más que audacia, diríase que una meticulosa transgresión de la pericia manipuladora de los recursos tecnológicos, se requiere para esos videomontajes de imágenes y voces, solapadas y superpuestas, que han llegado a confundir hasta que, por repetidos, se detecta su auténtico carácter.
Wyoming ha precisado que más que criticar al Gobierno de turno, lo que hace realmente es aprovecharse del enorme juego que dan otros medios de comunicación, alguno de los cuales en un titular ya es capaz de ofrecer un artículo de opinión. Sin rehuir siquiera los hechos que pudieran afectar a su casa -la fusión con Antena 3, por ejemplo-, empleando chascarrillos sobre sus mismas afirmaciones y sobre yerros de compañeros, aguantando con gestos e interjecciones la capciosidad y los dobles sentidos e incordiando y cebándose lo justo, el conductor de este programa que empieza a ser un clásico de nuestra televisión debe ser consciente de que ha elevado su listón hasta el punto de que para mantenerlo ha de renovar constantemente su misma vis cómica.
Ya lo acreditó cuando coordinaba Caiga quien caiga, cuando cada reportaje parecía un acto de osadía cuyos límites nadie sabía dónde situarlos. Para entonces, disponía de intrépidos colaboradores, que, cuando se empeñaban, exprimían esa vertiente humorística, tan necesario en la crisis nuestra para aliviar las tribulaciones y para advertir al oficialismo gubernamental que no se puede ni se debe ir por la vida a base de trágalas e imposiciones. Ahora El Intermedio cuenta con otros que proporcionan a los contenidos del programa justo lo que éste precisa: la comicidad bien entendida.