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El crimen de Córdoba > Leopoldo Fernández

Pocos asuntos acaparan el interés de la opinión pública como el caso de los dos niños desaparecidos en Córdoba, Ruth y José, por los que su padre biológico, José Bretón, acaba de ser imputado de doble asesinato. El morbo que rodea los temas de esta índole y la vileza misma de la acción asesina añaden un punto de malsana atracción e interés. Lo cual se refleja en exceso, por su componente sensacionalista y especulativo, en varios programas de televisión que dedican horas y horas a este caso de violencia extrema; un caso por el que han pagado con su vida dos menores inocentes cuando en el fondo se trataba, según todas las apariencias, de un terrible acto de venganza contra la madre de ambos. Casi once meses de investigaciones, declaraciones, idas y venidas judiciales y un clamoroso error humano, luego rectificado, van a permitir seguramente el esclarecimiento de uno de los crímenes más horripilantes de los últimos tiempos. Con todo, no cabe llamarse a engaño porque bajo el punto de vista del Derecho no es tan fácil como parece la demostración de culpabilidad del principal encausado. En un juicio no cabe esa sencilla emulación o deducción de “blanco y en botella…” porque sólo las pruebas terminantes, fehacientes, constatadas y contrastadas arrojan la luz necesaria para que el culpable de la desaparición de los niños reciba su justo castigo. Los dos hermanitos parece que fueron quemados a más de 600 ó 700 grados de temperatura, en una especie de pira destructora de cuerpos y evidencias, lo que probablemente impedirá los análisis de ADN y por tanto conocer la verdadera identidad de las víctimas. Se sabe que los restos de huesos hallados en la finca Las Quemadillas son “inequívocamente humanos y de niños” de edades como las de Ruth y José, según las nuevas pruebas practicadas. Pero nada más, aunque no es poco. Lo incomprensible es el tremendo error de la forense luego destituida, con 32 años de experiencia profesional, que confundió la morfología de dichos restos con la de pequeños roedores. El coraje de la madre de los niños y la posterior profesionalidad del juez instructor del caso permitieron la realización de nuevos análisis que, sin la menor duda, dejan bien sentado que los restos hallados son de niños. ¿Por qué no se contrastó el informe de la forense con otro distinto, como suele ser habitual en estos casos para no empañar la investigación policial? ¿Cómo es posible que la madre de los pequeños y sus familiares más próximos hayan tenido que pasar casi un año de incertidumbres, penalidades y sufrimientos?