reflexión >

Un curso con ‘IVA’ > Juan Pedro Rivero

A estas alturas leves del mes de septiembre ya nos habremos encontrado con el plus que supone el aumento establecido por la última reforma del Gobierno que afecta al Impuesto sobre el Valor Añadido. Es curioso saber que este tipo de impuesto indirecto sobre el consumo tuvo su origen histórico en la España del siglo XIV, cuando el Reino de Castilla emprendía la Reconquista de los territorios del Reino de Granada. Fue el año 1342, cuando el rey Alfonso XI implantó a nivel estatal un impuesto sobre las ventas. El IVA, como lo conocemos hoy, se aplicó por primera vez en Francia hace 58 años y en España el 1 de enero de 1986, con nuestra entrada en la Comunidad Económica Europea, sustituyendo al antiguo Impuesto sobre el Tráfico de Empresas. No juzgo la oportunidad o inconveniencia del actual aumento. Está claro que hemos de contribuir todos al bien común. Para ese juicio están otros que debieran saber más que yo de ello. Pero sí que quisiera animarme y animarles a darle valor añadido al hecho de comenzar un nuevo curso. Aprender es un valor porque nos hace crecer como personas. Ese es un valor añadido al curso que estamos por estrenar. No tiene precio. Lo que da o lo que quita valor a las cosas, lo que las hace significativas e importantes, lo que las sitúa en un plano de valoración mayor, puede ser o no lo adecuado. Recuerdo cómo sentía, de chico, que los compañeros miraban -yo pensaba que lo hacían- mis zapatillas de deporte con ojos de juicio crítico y cómo las valoraba yo si eran o no adecuadas por el valor añadido de la marca. Menos mal que en casa ese plus no era tenido en cuenta. Pero yo valoraba entonces mal tanto las cosas como la mirada de mis compañeros. Lo que da valor añadido a lo que usamos está directamente relacionado con la finalidad que tienen en el desarrollo de la persona. Es esa realidad humana que nos constituye en seres personales lo que da valor a las cosas. Una persona sólo puede tener valor. Jamás podemos ponerle precio. Por eso, tal vez, podrían haberlo llamado IAP Impuesto Añadido al Precio que, aunque con menos sonoridad, responde mejor a su propia naturaleza. Se llame como se llame -todos sabemos lo que significa y cuánto cuesta-, debemos reivindicar aquello que hace que la realidad tenga valor, independientemente de cuál sea su precio. ¿Cuánto cuesta el abrazo de un amigo, la mirada de una madre o el consejo del abuelo? ¿Para qué acumular objetos, cosas, cualquiera que sea su precio, si -como le decía Ignacio de Loyola a Francisco Javier- perdemos la vida? Es la vida lo que vale. Es la persona el criterio. Ya sé que el ser humano no cotiza en bolsa. Pero, nos guste o no nos guste, ese es el valor añadido de un curso que comienza. Cuanto hace a la persona más y mejor persona.

*Director del ISTIC, sede de Tenerife – @juanpedrorivero" target="_blank">@juanpedrorivero