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Hechos e incertidumbres > Fernando Fernández

En contra de lo que temíamos, hemos dejado atrás un mes de agosto con menos sobresaltos de los esperados, pero han ocurrido muchas cosas y casi todas trascendentes para nuestro futuro. La crisis no solo no afloja sino que arrecia y los datos del paro y afiliaciones a la Seguridad Social conocidos días atrás así lo confirman. De manera que conviene esbozar un balance de situación para tratar de saber donde estamos y hacia donde vamos.

Es algo de Perogrullo decir ahora que la crisis que padecemos tiene, como mínimo, una dimensión europea y otra propiamente española, que se alimentan recíprocamente; pero en el análisis conviene diferenciarlas y hacerlo por separado. La crisis europea fue precipitada por la crisis de la economía mundial, a raíz de la crisis de Leman Brothers en 2007 y su posterior quiebra, un año mas tarde. Pero la crisis del euro se venía labrando casi desde su nacimiento y explosionó con la quiebra encadenada de bancos en todo el mundo.

El euro fue la culminación de una década de éxitos, gracias al impulso de la unión económica y monetaria, cuyo artífice máximo fue Jacques Delors. Pero una vez adoptada la moneda común, los dirigentes europeos eligieron otras prioridades, olvidando que la buena salud del euro reclamaba avanzar en la integración europea, especialmente de sus políticas económicas y fiscales y en completar la arquitectura funcional del Banco Central Europeo. No se hizo así y se optó por una política de ampliación de la Unión Europea, con la incorporación precipitada de nuevos estados miembros procedentes de la Europa Central y Oriental, sobrevivientes a la caída de los regímenes comunistas, que en su inmensa mayoría, si no todos, no estaban preparados para su incorporación al proyecto común europeo. Faltos de ideas y sin el necesario liderazgo, los dirigentes europeos, tanto de la Comisión en Bruselas como en los gobiernos nacionales, optaron por lo más fácil o, al menos, por lo que parecía más urgente, en detrimento de lo más importante. La responsabilidad alemana en este dislate no es menor, creyendo que con ello reforzaría su hegemonía para el logro del viejo sueño de la Mitteleuropa; pero nadie alzó la voz para decir que ese era un camino equivocado. El resultado lo padecemos ahora.

Durante la quiebra financiera de 2008, nadie dijo ni pío en Europa. La misma Comisión Europea permaneció muda, paralizada por el miedo durante semanas, como escribí aquí mismo y dije en Bruselas. La Sra. Merkel es, según dicen, la mujer más poderosa del mundo, pero lo es por ser canciller de Alemania y no por sus particulares dotes de un liderazgo que no tiene. Gobierna con el consejo de un comité de 5 sabios que la asesoran como alemanes y como economistas. Pero lo que demanda la crisis del euro y de la deuda soberana de los países excéntricos de la UE es un liderazgo europeo para tomar decisiones políticas y no solo seguir las directrices de los sabios profesores alemanes. En España somos víctimas de las disparatadas decisiones económicas de Zapatero y Rajoy se ha visto atrapado por una situación que no esperaba en toda su dimensión y a la que no ha dado respuesta con la necesaria decisión. La explosión de Bankia fue algo negligentemente imprevisto y sus efectos colaterales nos han traído hasta donde estamos. Tal vez ahora no tengamos a Ulises al mando de la nave, pero la tripulación por el momento resiste bien y hay motivos para pensar que el regreso a Ítaca es aún posible. Lo veremos en las próximas semanas.