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Hola, septiembre > Ramiro Cuende Tascón

Buenos días; es temprano, ¡mira que cuesta escribir! Huele a café. Aceptar este tipo de proposiciones es una desfachatez rayana en la arrogancia. Tan solo disculpable tras unas enormes ganas de participar, sin miedo a los borrones. Sabiendo lo que significa escribir desde una óptica diferente -el rapto de la realidad-, la de uno. Una visión desconocida, tranquila, calma, cargada de una vulgaridad cercana, próxima a usted, desconocido lector.

Escribir en estas condiciones es como bañarse en el interior de uno mismo, un acto íntimo, en el que en ocasiones al salir no hay toalla. Probablemente se imagina usted que voy a contarle una experiencia personal sobre cómo refrescarse los pies, en absoluto. Mojarse los pies dispara en nuestra mente un sinfín de sensaciones difíciles de narrar; es uno de los momentos más reconfortantes que imaginarse pueda. Piense un instante en el frescor que quedó atrás, junto al aire.

En repetidas ocasiones me ha preguntado gente de fuera ¿dónde está el mar en esta isla, dónde se mojan los pies? Y tantas otras parecidas. Me suelo quedar extrañado, perplejo, no sé qué contestar. Si estoy en La Laguna, me pasa más, que no se ve el mar.

Pero vamos a lo que aquí nos reunía: colocar la toalla en un charco, para entendernos, cerca de un charco, significa tanto como colonizar un espacio imposible, irreal. Lugares inexistentes, sin límites, irreconocibles. Observar desde lo alto un charco cualquiera, por ejemplo, el de la Cueva de la Negra 16º 40’ 30”-28º 47’ 51” -el nombre devuelve al mundo de la piratería- explica lo antedicho. Una procesión de seres humanos en correcta procesión baja la destartalada escalera, en realidad erosionada, en busca del lugar soñado, deseado, el espacio individual, tan solo rodeado por las toallas de los de al lado.

La suma multicolor proporciona otra dimensión, la plástica colectiva. Sucede como en la obra de Theo Van Doesburg: el paisaje se reestructura visualmente, superponiendo a una estructura sencilla, insignificante, natural, artificial, monocromática, otra multicolor, compleja e irracional. Una composición irregular -neoplasticista- se procede por adaptación al medio, no existe el concepto del lugar. Nadie espera encontrar el lugar abandonado, quizás, a lo sumo, dialogar con el tiempo transcurrido, jugar con la luz, recuperar la soledad deseada. ¡Casi nada!

¿Land Art colectivo? Es probable que esto que escribo tenga poco que ver con la realidad, con la verdad. Me da igual, tan solo son recuerdos del verano.

Decía Marcel Proust “… que el único viaje verdadero consiste, no en un acercamiento al paisaje, sino en ver el universo con los ojos de un centenar de otras personas”. Quizá sean esos los personajes que colocaban sus toallas.

Hay que aceptar lo cotidiano con naturalidad. Muchas personas son desconocidas; los lugares también, tan solo instantes. No pasa nada, tan solo hemos vuelto.