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Como Nadine tenía mucho lío y no pudo pasarse por Canarias, nos mandó a su prima la borrasca del pueblo, que dejó un par de días de lluvia intensa y caos monzónico. El menú habitual cuando de cuatro gotas se pasa a cinco. Y el Instagram rebosante de fotos melancólicas de la lluvia cayendo sobre nosotros.

Pero no es agua lo único que ha llovido estos días. En Madrid llovieron hostias como panes benditos el martes, cuando una multitud hastiada se manifestó frente al Congreso (parece lógico querer gritar donde puedan oírte los diputados, aunque tampoco estaría mal hacerlo donde el poder financiero no pueda fingir que no te escucha) y la Policía Nacional, haciendo del exceso virtud, repartió estopa bajo el lema de los Stark.

En la mente de Rajoy llueven tópicos, lugares comunes e ideacas estupendas, como felicitar a los españoles que no se manifiestan, alabando de forma subyacente su grata mansedumbre, su cristiana resignación, su voluntad de acatar y asumir el orden natural de las cosas.

En el Consejo de Ministros, una fina lluvia de estupidez, pacatería, ranciedad y fiel apego a las tradiciones desemboca en la concesión de una medalla al mérito de la Guardia Civil a la Virgen del Pilar. Años y años de controles de alcoholemia realizados por la Pilarica por fin tienen un reconocimiento.

En Cataluña le llueven los halagos y los apoyos a un señor de mentón interesante que lo mismo te cierra ambulatorios que te pone en el camino de la independencia.

En el presupuesto de 2013 llueven recortes y miedos y malas perspectivas.

Y nosotros cada vez con menos paraguas.