Las cosas comienzan y terminan, a veces se perpetúan en el tiempo y resultan tediosas. Hoy es el último día de esta columna que versa sobre lo fantástico de las redes.

Fantástico porque te proporciona numerosas alegrías y oportunidades, como ha sido el escribir en el decano de Canarias o acercarme aún más a personas que están al otro lado del mundo… o de la calle, pero que no hubiese conocido de ninguna otra forma.

Las redes sociales son una puerta abierta al mundo para salir e indagar, aprender y conocer, disfrutar y encontrar o reencontrar. Un lugar donde potenciar nuestro trabajo o la imagen de nuestra profesión, una ventana para enseñar al mundo nuestras virtudes y, cómo no, nuestros defectos.

Un escaparate para potenciar proyectos y obtener logros inesperados, como proveer a numerosas familias de ilusiones el día de Reyes con un Banco de Juguetes y gracias a la solidaridad de los internautas, unir a un estupendo grupo de ilustradores y escritores y hacer realidad el sueño de publicar con nombre propio: Canarias 1.400, dar cabida a millones de relatos o simplemente reunir a los compañeros del colegio veinte años después.

Curiosos, jóvenes, mayores, artistas, ordinarios, guaperas, ligones, fantasmas, chulos, reivindicativos, chistosos, deprimidos, voyeurs, parlanchines, extrovertidos, tímidos, revolucionarios, aburridos, intelectuales, marchosos, horteras, náufragos, vividores, pesados, intelectuales, modestos, altos, gordos, deportistas, supervivientes…

Cada uno tiene cabida en esta talega que engloba todo un mundo conectado con más mundos. A todos ellos los invito a seguir leyéndonos en las redes.

Marditos, gracias por todo.

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