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Pleitos insulares > Luis Alemany

Parece ser que el pleito insular canario se proyecta ahora sobre los marítimos territorios portuarios de las dos capitales provinciales, a causa del supuesto agravio comparativo que ha sufrido el puerto de Santa Cruz de Tenerife con respecto al puerto de Gran Canaria por la concesión categórica internacional a éste, con la consecuente negativa de esa misma categoría a aquél: ignora uno -a este respecto- la mayor o menor razón que puede haber en tal actitud discriminatoria, pese a lo cual no se puede por menos de reconocer que la política portuaria de esta capital lleva mucho tiempo dejando mucho que desear (por no calificarla de deficiente), peligrosamente incrementada con el absurdo proyecto del Puerto de Granadilla, que -si llega a realizarse: ojalá no- mermará sus posibilidades: mientras que la atención que Las Palmas de Gran Canaria le ha prestado siempre a sus muelles resulta encomiable.

No es raro que el largo pleito insular de Canarias llegue a los territorios marítimos, porque -en última instancia- el agua constituye la más profunda idiosincrasia de la insularidad, y resulta imprescindible remitirse a ella para comprender las complejas (o elementales) razones de sus discrepancias; por más que el pleito insular no sea otra cosa -en definitiva- que la eterna rivalidad entre limítrofes, que se produce en todos los lugares, y sólo la puerilidad xenófoba puede radicalizarse a tal respecto, estableciendo posiciones que se pretenden rigurosas, supuestamente surgidas a partir de la división provincial de 1927; que -tal vez- no sea más que
la punta del iceberg de un largo litigio, que pudiera remitir (cuando menos) a comienzos sel siglo XIX y la lucha por el establecimiento de una Universidad en el Archipiélago, que finalmente recayó en La Laguna.

En última instancia, nadie debería escandalizarse por este supuesto resurgimiento del pleito insular (a cuenta de los dos puertos capitalinos), porque tal pleito siempre ha estado latente en estas islas, y -en cierta medida- forma parte de su más profunda razón de ser; de tal manera que no deberíamos olvidar que los primitivos habitantes de las islas ignoraban la navegación y -en consecuencia- a sus vecinos: una circunstancia que palió Trasmediterránea (no sabe uno si para bien o para mal), aunque el tráfico marítimo no altera la profunda esencia de la canariedad.