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Una política lingüística para Canarias > Nuria Roldán-Arrazola

Después de un acalorado debate en el Parlamento de Canarias el pasado otoño, donde se hacía una defensa cerrada de la necesidad de hacer políticas tendentes a potenciar la singularidad isleña dentro del Estado español, el ponente en cuestión dio una rueda de prensa en la que, entre otras cosas, se le preguntó por la imposibilidad de estudiar portugués en el sistema educativo público canario. A ello, el citado parlamentario respondió: “Hablando inglés se puede ir a cualquier parte”, respuesta que nos retrotrae a los años ochenta, cuando se le preguntaba a la señora Thatcher por qué no hablaba más idiomas. Cierto resulta que la universalidad del inglés es uno de los rasgos de la globalización, pero no es menos cierto que cuando se aprende un idioma se aprenden también nuevas estructuras, conceptos y valores que transforman la forma de entendernos a nosotros mismos y al mundo del que formamos parte. Entender que las fronteras físicas han pasado a ser fronteras lingüísticas es esencial si queremos proyectarnos hacia el presente. Esto es lo que, a mi entender, no supo calibrar el parlamentario en cuestión al dar una respuesta de finales de la guerra fría para una sociedad hoy globalizada.

Uno de los elementos de mayor complejidad del magisterio consiste en educar para una sociedad que aún no conocemos. Hora es ya de hacer aterrizar los apolillados y encorsetados discursos sobre la singularidad canaria y definir las potencialidades, aprendizajes y procesos que ayuden a sus ciudadanos a concretar sus estrategias para el éxito en la consecución de sus objetivos. Sin caer en el determinismo de que un sistema educativo es el reflejo de un sistema productivo, sí hay que decir que un sistema educativo es una realidad dialógica que debe estar muy atenta a los cambios y transformaciones de su entorno para cumplir bien sus objetivos. Canarias tiene hoy herramientas para redefinir sus potencialidades y ofrecer a sus ciudadanos condiciones para el desarrollo, haciendo coincidir las condiciones estratégicas derivadas de su posición como plataforma tricontinental con los conocimientos de sus ciudadanos para poner en valor esa opción estratégica y de desarrollo. En ello, los conocimientos lingüísticos son de vital importancia; sin ellos la apertura de nuevas rutas allende los mares será vehículo que jugará en contra de los ciudadanos, como lo han venido haciendo en los últimos cincuenta años. Sin una apuesta sostenida por la formación lingüística, los discursos se nos quedarán vacíos, con la consiguiente frustración y sensación de fracaso que embarga al conjunto de nuestra sociedad. Tenemos las herramientas: nuestras universidades y escuelas de idiomas, nuestro enorme contingente de docentes e instituciones educativas que dependen exclusivamente de nuestro Gobierno autonómico.

Apostar por una generalización del aprendizaje de los idiomas no sólo depende de las instituciones educativas; nuestros medios de comunicación y empresas culturales que perseveran en el monolingüismo tienen que redirigir sus inversiones hacia la pluralidad y la universalidad, no hacia el particularismo: una pluralidad que nos coloque en la modernidad y no en el aislacionismo de los particularismos; una modernidad que defina las oportunidades en términos de ciudadanía y no de territorios. Se trata de un hacer para los ciudadanos y no para las instituciones, un hacer y no un decir. ¡Bienvenidos al nuevo curso!

nuria-roldan.blogspot.com