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Ranciedad > Alfonso González Jerez

La recesión no estimula procesos de cambio culturales ni galvaniza el espíritu crítico, al contrario, la prolongación de la crisis económica y social nos lleva, como por un camino de baldosas de fuego, hacia el pasado, la repetición, la amnesia y las idioteces consoladoras. El pobre de Antonio Machado (hubiera sido preferible un país con menos antoniomachados y más maxwebers, pero ahora mismo eso no tiene arreglo) escribió aquello de “qué difícil es/cuando todo baja/no bajar también”. A izquierda y derecha descendemos, por una escalera de caracol baboso, al confortable infierno de la mediocridad consuetudinaria. Cuando el nivel previo es más bien bajito -como ocurre en estas islas ensimismadas – el descenso se convierte en un precipicio, mejor dicho, en un hondo estercolero de miedos, cinismos y patochadas donde encontramos cálido acomodo. Nunca fue tan mullida la basura. El anacronismo es nuestro horizonte de futuro. Uno repasa los periódicos o (lo que es casi peor) se sienta delante de la tele parpadeante y encuentra titulares e imágenes dignas de hace cuarenta años. Un niño al que el Cristo de La Laguna curó el asma, por ejemplo, y que más tarde resultó ser el periodista Santiago González, al que, sin embargo, el Altísimo no deparó un buen peluquero. No, no es que lo diga este o aquel chiflado: es que la supresión milagrosa del asma la aceptan, establecen y difunden los medios de comunicación con una seguridad que sería la envidia del Sacro Colegio Cardenalicio. ¿Y la transmisión de la romería de Teror? Allí llegan un montón de pibitos que se dirigen respetuosamente a los santos para ofrecerle sus ofrendas hortofrutícolas. Una nueva exhibición de idolatría que se acepta emocionadamente mientras el obispo proclama que siempre es mejor dar que recibir…

Esta ranciedad asfixiante comparte sustrato simbólico con las recientes soflamas del Círculo de Empresarios de Gran Canaria, que han lanzado una nueva embestida contra el Gobierno de Paulino Rivero, paralizado en medio de la peor crisis económica imaginable. Pasmosamente nadie tira de documentos y calculadora para sumar la morterada que en los últimos lustros ha recibido esta élite empresarial desde la administración autonómica directa e indirectamente: subvenciones, exenciones, proyectos de cofinanciación, mecanismos legales y fiscales que contribuyeron decididamente a convertirlos en quienes son. Ahora el Gobierno autonómico les parece desalmadamente derrochador y – aquí se abre el camino al pasado – se erigen en portavoces de toda la sociedad grancanaria, ricos, pobres y mediopensionistas, para seguir reclamando ferozmente sus diezmos, que son suyos y solo suyos. Pero en nombre de todos. Una caricatura de representatividad impostada y preconstitucional. Una farsa cínica. Y un atavismo.

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