después del paréntesis>

Canarias> Por Domingo-Luis Hernández

A mediados de los años 70 surgió en Canarias un movimiento espontáneo en pos de lo propio. Fue sorprendente. Esa señal mostraba el valor de la identidad. A ello andábamos sujetos, sin mayores miramientos que los sentimental y lo primario totalizantes. El fenómeno dio con algunas conquistas meritorias. La fractura interesada entre Las Palmas y Tenerife se suspendió. “Unos” era el dilema, y así nos mostrábamos y aceptábamos. Los evasivas del poder, eso que da maniobras siniestras de compensación, cargos y desmesuras que la historia se tragará como barbaridades, se paralizaron. Y el latir que nos arropó dio con un cine propio, espectáculos propios, rescates musicales, libros de todo tipo (con ventas antes impensables) y un fervor asombroso.

Unos 15 años después el silencio resultó atronador, un silencio que habla estrepitosamente y que condena. ¿Por qué? Porque estamos organizados por el provecho y por el engaño. A eso se agarra lo comercial, por ejemplo. Tanto que apretamos el bolsillo en el que portamos la cartera cada vez que se oye la frase “lo nuestro” y corres desguarnecido por temor a las consecuencias. Supuestas entidades financieras de “lo nuestro” alguna vez se explicarán con solvencia (y con nombres, aunque los nombres que queden señalen muertos). Igual que acciones políticas que han de guardarse en tarros con sustancias que no las descompongan para recordar eternamente. De aquel fragor queda la desilusión. ¿Por qué? Porque nadie supo o no quiso interpretar con capacidad lo que ocurría.

Y de las consecuencias quedan cuestiones que no podemos explicar razonablemente: cuatro universidades cuando teníamos dos complementarias, y chicos y chicas que iban de un lugar a otro en pos de sus iniciativas; dos cedes de gobierno, dos capitales… También un partido que se llama CC que no cuenta con un sólo dirigente que haya leído el más mínimo opúsculo sobre nacionalismo. Luego, dan vueltas y más vueltas sobre el mismo círculo. Ni tienen idea ni se han planteado distinguir de verdad lo que somos, cuidar y difundir el corpus de lo que somos. Perdidos como el Minotaurio en el laberinto.

En aquel tiempo se asentó en las islas la idea del independentismo. Quienes lo fortalecieron fueron los grupos de izquierda. Marxistas-leninistas, para más decir, que convocaban una posibilidad para el norte de África: Canarias Libre y Socialista. Entre los dictados que miembros destacados del PTC o del PUC (entre otros) dictaron, uno se confirmó: que esos parabienes llegaran a las fauces de la burguesía criolla de aquí. Ahí nos íbamos a ver, dijeron, con independencia económica según su credo y nada más que nos sostenga. Trágico de dirá y es cierto, porque ese nacionalismo (a lo catalán) es aterrador. Tanto que cifra la identidad como exclusiva y propone elevar a categoría lo perentorio levantando murallas a su alrededor para que nadie roce nuestra diferencia. Así de seguros están, sublimes sin oponentes. Es decir, pervierten el principio universal que dice que yo soy el que soy porque hay otros distintos a mí.

Y así nos va, con un periódico que cifra tal elocuencia en Tenerife. O un abnegado político que proclama estar dispuesto a conducir tal historia, aunque sin fundamentos. Y ello si el “pueblo”, esa abstracción provechosa, lo decide.

Que se mueran los godos, que no quede ninguno. ¿Y luego?, porque para esos salvapatrias es cuestión de dinero. ¿Alemanes o marroquíes?