nombre y apellido>

Garajonay> Por Luis Ortega

Una larga experiencia en estas tribunas del aire que dan noticias, opiniones, reflejos de estados de ánimo, enfados y alegrías, sirven para valorar la visita del Príncipe de Asturias y su consorte al calcinado y frío corazón de La Gomera. Pero, también, y después de tantos días y angustias, esperábamos algo más por parte de todos; desde una estricta contabilidad de los daños -aunque los números no reflejan nunca la dimensión de una tragedia- al planteamiento, siquiera sólo fuera a modo de enunciado, de las obligadas actuaciones para paliar en el mayor grado y de la mejor manera las consecuencias del desastre. Al conocimiento y evolución de los daños -no dudamos que seriamente calculados- nosotros esperábamos unas gotas de esperanza, a modo de actuaciones técnicas, a todos los plazos que, aún en parte, restituyan la maravilla destruida. En esa situación, y sin decir que sobrara nadie, echamos en falta a expertos cualificados en la restauración del paisaje, una actividad que, en Canarias, debemos pura y exclusivamente a esa bendición que llamamos los alisios. Imaginamos que ese ministerio de nombre cambiante, que se ocupa de la naturaleza, ya estará en plena faena en la búsqueda de alternativas para reparar cuanto tiene remedio y, de paso, asegurar la sustentabilidad de un territorio tan hermoso, cualificado y determinante en la calidad de vida de los gomeros. De la restauración -o rehabilitación- que hablamos, es la devolución -en las condiciones más favorables- de las características de un ecosistema degradado, dañado o destruido -el calificativo queda a gusta del damnificado u observador- por un suceso doloso o desgraciado que esperamos que la justicia calificará, juzgará y sancionará. Frente a las cuantificaciones, necesarias sin duda, echamos en falta, antes y ahora, las acciones reparadoras que tienen, aunque muchos no lo vean, o quieran ver, una plus valía espiritual, porque el fresco interior de La Gomera es, junto a su torturada geografía, la primera base identitaria de la isla. Nadie puede reescribir la historia; es el intento vano de los tontos, los irresponsables o los que cargan con mala conciencia. Pero si es posible, y urgente, defender como valor tangible e inmaterial, la belleza perdida y trabajar con inteligencia y rigor, y sin desmayo, en cualquier posibilidad para su rescate. No olvidar en el herido macizo de Garajonay, la contribución que los espacios naturales hacen a las posibilidades de encuentro, esparcimiento, educación formal y no formal, turismo y producción sustentable de bienes y servicios para la isla que lo tenía, y lo debe recuperar, como su principal atracción y activo.