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Un homenaje> Por Jorge Bethencourt

Normalmente, bajo al Sur de mi Isla en mi propio coche, de suerte que voy concentrado en circular correctamente, esquivar las obras, rehuir los radares y esas cosas de las que se ocupa habitualmente un conductor. El otro día hube de bajar en guagua y tuve la oportunidad de observar, desde la respetable altura de la ventanilla, el paisaje que va discurriendo a los márgenes de la autopista.

Si uno no mira al mar, sino a las medianías, los barrancos y lomas que ascienden hacia la montaña, el espectáculo que va atravesando las retinas produce una profunda depresión. Desde que sales de Santa Cruz hasta que llegas al Sur todo es una muestra de la capacidad destructiva del ser humano, de improvisación, de desorden, de caos, de estupidez. Cerca de la autopista se pueden encontrar torretas militares, eléctricas o misteriosas, viveros de langostas, fincas solares, molinos eólicos, chalés sin enfoscar, cochineras abandonadas, garajes, cortes de extracciones de áridos abandonadas con máquinas corroídas por el óxido y la herrumbre, ruinas de chabolas, viviendas adosadas en medio de la nada, pistas asfaltadas que van de ningún sitio a ninguna parte y se entrecruzan formando un crucigrama…Todo el paisaje está ocupado por la mano del hombre que destruye mientras construye. Porque la percepción que uno tiene es que alguien, probablemente un loco, ha ido esparciendo aquí y allá trozos de cosas, retales de civilización, de forma que no haya lugar que quede a salvo de parecer una escombrera.

Esta Isla, que vive en gran medida del turismo, se permite el lujo de acabar sus obras públicas con una estética cochambrosa. Tiene mil organismos encargados que torturar al pobre imbécil que decide, ni se sabe por qué, invertir en la construcción de un hotel; para lo que tendrá que superar todo tipo de tutelas, adaptaciones al planeamiento, regulaciones sectoriales y estudios de impacto ambiental. Pero lo que muestra la realidad es que todo funciona como el pito del sereno.

Cuando escucho hablar del impacto del turismo en el medio ambiente me invade la somnolencia. De verdad. Bajen al Sur y vayan mirando con los ojos abiertos el maravilloso homenaje al bloque que hemos creado de forma espontánea, aleatoria y entusiasta, los ciudadanos de los pueblos de las medianías. Pasen y vean el museo de los horrores. El paisaje que ofrecemos a nuestros visitantes y legamos a nuestros hijos. Mírenlo bien porque no lo verán en los grandes debates medioambientales. No es un superpuerto polémico. No es ajeno. No hay un político depravado y unos empresarios malignos donde sublimar la culpa. Es una cosa nuestra. Una obra colectiva. Un panal de basura creado por laboriosas abejas a lo largo de décadas en la que los zánganos dormitaban. Un desastre primorosamente bordado por esta sociedad de rebenques venidos a más. Una caca, en fin, doméstica.

@JLBethencourt