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Ideas y sentimientos – Por Domingo Negrín Moreno

Es culpable de decir lo que piensa y de expresar lo que siente. Está prudentemente convencido del valor de sus ideas y de la fuerza de sus sentimientos. Sabedor de que errores comete casi todos los días, le afligen las molestias que su apasionado carácter haya podido ocasionar.

Asume la responsabilidad de procurar ayudar al prójimo y jamás ha reclamado una recompensa por lo que entiende que es una obligación moral, aunque percibe que una sonrisa espontánea y sincera es una bendición. De todos los epítetos que le han dedicado, los que más se ajustan a su perfil son los de mimoso, infantil y fantasioso.

En los artificiosos conflictos de relaciones humanas, la presión ambiental quiebra la armonía y las moléculas del equívoco levantan un telón de acero ante los ojos de quien recela de sus intenciones. Le duele que lo condenen sin pruebas por lo mismo que otros celebran delante de sus narices y le descorazona que se extiendan las sospechas.

Siempre ha sido plenamente consciente de que el amor es un escudo antimisiles, pero también un campo minado. En la guerra de las apariencias, va perdiendo la batalla de la credibilidad. Sus heridas no son superficiales. Lo suyo es una hemorragia emocional.

No se resigna a que el tribunal de la inquisición lo abrase en la hoguera de los herejes. En el juicio final -ya suenan las trompetas- alegará que, por una persona a la que supuestamente ha estado incordiando, se ha expuesto al ridículo, ha arriesgado su reputación, ha abierto puertas, ha cerrado grietas, se ha disfrazado de chaleco antibalas, ha luchado contra molinos de viento y, encima, lo han manteado.

Me meto en el pellejo del protagonista de esta historia y comprendo su triste felicidad.