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Inventar, no reinventar> Por Ramiro Cuende Tascón

No toca reinventar, en su caso, reintentar. Lo que hay que hacer es desmontar, investigar, inno-var, inventar. Cada vez que leo lo de reinventar o reinventarse a uno mismo, me acuerdo de dos máximas incuestionables y recurrentes. Una “menos es más”, de un arquitecto llamado Mies van der Rohe, de los que hay que aprender, y la otra reciente, “menos de lo mismo no es reformar…”, de un abogado experto en administración pública apellidado Longo.

La verdadera reinvención-invención no consiste en cambiar las actitudes, sino en modificar las conductas. Se lo leí a un sabio, lo que me afianzó en mis ideas innovistas.
Lo cierto es que no lo entiendo; es más, me incomoda imaginar; reinventar la luz, la gravedad, la solidaridad, la vida, esta última se inventa cada día. Lo de reinventar el futuro, pasando por lo de reinventar Las Verónicas del domingo, cuando lo que hay que hacer es demolerlas. O lo de mi joven compañera de profesión, que se reinventa al empezar, me sorprende. Me quedé pensando: ¿qué hago? De momento creer en nosotros, y hacer lo que hemos hecho siempre: trabajar, seguir creyendo.

Por cierto, después de lo de los guachinches de estos días, me sumo a la “unión de mujeres por la templanza cristiana y a la liga antitabernas”. ¡Ya está bien de cachondeo y de disfrutar! ¡Se acabó el gozo!

Esto de los guachinches y su control tardomackartiano me recuerda a la historia de las multas y a aquel alcalde que un día exclamó “¡a partir de hoy se pagan las multas, ya está bien! Los que habían cumplido con sus obligaciones, ciudadanas pagando las boletas, quedaron perplejos. No es que fueran a sancionar con el duplo o similar a los deudores, ¡no! Se habían librado por la cara.

Algo similar pasa con los guachinches Si estaban reglados, ¿qué pasó para estar donde estamos? Hubiera sido mejor hacer un seguimiento de su devenir, y no permitir que los espabilados campen a sus anchas.

El otro día un amigo al que admiro, entre otras cosas por su jovialidad, contó una anécdota real como la vida misma que sucedió allá por los inicios del populismo político tinerfeño al uso, y como no podía ser de otra forma, en el comienzo de una lagunera romería entre buzos carneros y tamarcos. Un personaje de la época, ante el desorden, ruido, alboroto y codos por coger sitio en las primeras filas de la comitiva sambenitera, se volvió y dirigiéndose a los allí presentes, a los capaces de entender su meta lingüística reflexión, exclamó “¡esto es lo que hay!”

No lo olvide, invente, es lo que toca.