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‘La vida es así…’, 25 años después

ÉRASE UNA VEZ...

MARTA PALOMO (SINC) | Madrid

Los cromosomas femeninos, con unas repeinadas pestañas, esperan la llegada de sus parejas masculinas en el interior del óvulo. “Mirad quién viene, ¡nuestros cromosomas de complemento!”, exclama una. “¿Nos entenderemos con ellos?”, pregunta inquieta otra. “Siempre con las mismas preguntas tontas, ¿no, colega?”, protesta el resto. Y parece ser que sí se entienden. Los cromosomas con pestañas se acercan coquetamente a los ataviados con bombín y pajarita. “No están nada mal, ¿sabes?”. Empiezan a reír y a bailar. La voz en off apunta: “Ahora todo va a comenzar”. Así se produce la fecundación en el capítulo dedicado al nacimiento de Érase una vez… la vida, la serie de dibujos animados que se estrenó en Televisión Española (TVE) hace 25 años, el 3 de octubre de 1987.

TVE no solo emitió esta serie francesa sino que participó en su producción. “TVE había tomado la política de abrirse al mercado internacional”, explica a SINC Jesús González, jefe de coproducciones internacionales del momento. Gracias a su rentabilidad, había un gran interés en la búsqueda de series de dibujos animados. “En ese momento había poca competencia y la audiencia un domingo después de comer era equivalente a la de un partido de fútbol”, explica González.

Así que González partió a los festivales internacionales donde exponían las grandes productoras y en el de Montecarlo conoció a Albert Barrillé, director y productor, a quien clasifica con cariño como una rara avis en el mercado internacional. “En una época en la que se llevaban los puñetazos y los monstruos japoneses, o la sensiblería de Heidi, sus dibujos iban completamente a contracorriente”, recuerda.

Érase una vez… la vida es la traducción de Il était une fois… la vie, producida por el estudio de animación Procidis y dirigida por Barrillé. “La misión de la televisión pública en esos años era divulgar cultura y esta fue la primera serie de dibujos divulgativos de TVE -apunta González-. Y barrió en las audiencias”.

Barrillé (1920-2009) ya había producido por aquel entonces Érase una vez… el hombre (1978) donde hacía una repaso por la historia de la humanidad y Érase una vez… el espacio (1982). “El concepto de lo infinitamente grande le fascinaba. Y al cabo de unos años empezó a interesarse por su opuesto: lo infinitamente pequeño -cuentan Hélène Barillé, viuda del autor, y Gilles Bourgarel, asistente de gerencia, ambos de la productora Procidis-. Así nació la idea de explicar el funcionamiento del cuerpo humano”. Esta fue la primera serie de dibujos divulgativos de TVE y barrió en las audiencias. Érase una vez… la vida está dirigida a niños de entre 10 y 12 años y a lo largo de 26 capítulos repasa los principales órganos y procesos del cuerpo humano. “Albert Barrillé opinaba que el tema infantil no estaba tratado con la suficiente dignidad”, cuenta Virgilio Ortega, amigo personal del productor francés, quien ha sido durante casi 20 años director de Planeta de Agostini, propietaria de los derivados de la serie.

“Hace 30 años las series de divulgación eran aburridas y las divertidas nunca tenían contenido -explica Ortega-. Barrillé tuvo la sencilla y genial idea de unir las dos cosas”. Según el editor, se han producido otras series con la misma filosofía, como Barrio Sésamo y Pocoyo, que pretenden enseñar divirtiendo, aunque su público objetivo es de menor edad.

La principal herramienta pedagógica de Érase una vez… la vida es el antropomorfismo. Según Procidis, Barrillé tuvo claro desde el principio sus personajes, “especialmente los dos feos, que iban a ilustrar todos los peligros del cuerpo: virus, bacterias, toxinas…” El autor los presenta oficialmente en el cuarto capítulo, Los centinelas del cuerpo, en el que el coronel jefe del cuerpo de vigilancia, un glóbulo blanco de alto cargo, imparte una clase a las adolescentes defensas que van a la escuela a aprender el oficio de “distinguir amigos y enemigos y cargárselos”.

Un glóbulo blanco de alto cargo enseña a las adolescentes defensas el oficio de “distinguir amigos y enemigos y cargárselos”. Alrededor del fuego, agentes causantes de constipados, gripes, intoxicaciones alimentarias y demás amenazas conspiran contra la salud sin saber que están siendo observados y filmados por corresponsales de guerra. En medio de metáforas y guiños, Barrillé cuela conceptos tan complejos como que cada célula del cuerpo debe llevar su tarjeta de identificación HLA -acrónimo inglés de human leukocyte antigen- que permite al sistema inmunológico distinguir lo propio de lo ajeno.

MAESTRO ERASE UNA VEZ ... LA VIDA

Los personajes de la serie son fácilmente identificables, ya que se parecen o bien a la zona del cuerpo a la que corresponden o a la función que desempeñan: las células del ojo llevan gafas, las del hueso llevan uno atravesado en la nariz, los glóbulos rojos se pasean por el árbol vascular acarreando bolas de oxígeno y cambiando de color cuando las pierden; los impulsos nerviosos son veloces corredores que pulverizarían el récord de Usain Bolt; y los anticuerpos parecen pequeños insectos voladores blancos. Otro tanto sucede con las estructuras: las mitocondrias son colosales fábricas de energía; los nervios, carreteras, los ribosomas, cadenas de montaje de proteínas; la epidermis es una playa; el hígado, una especie de correccional donde el amonio se convierte en urea; y los músculos grandes son calderas del combustión.

“Albert Barrillé escribió todas y cada una de las líneas del guión de la serie”, explica Procidis. Por eso, su primer paso fue documentarse exhaustivamente sobre el funcionamiento del cuerpo humano. “Se leyó más de 100 libros, fue como si volviera a su fase de estudiante”, cuenta la productora. Además contó con el apoyo de Alexander Dorozynski, periodista científico, y con la revisión de todos los capítulos por parte de Joel de Rosnay, quien fue presidente del CNRS, el centro francés de investigación científica equivalente al CSIC en España.

El capítulo que más le costó, debido a su complejidad, fue el del cerebro. “La estructura más extraña, más compleja del universo”, la define la voz en off de la serie. En apenas diez minutos el capítulo deja caer palabras como neocórtex, arquicórtex, paleocórtex, angiotensina, neurotransmisor, terminación nerviosa, bulbo raquídeo, hipotálamo, cerebelo… y la relación y el funcionamiento de cada una de estas partes.

Por encima de todo y de todos, se encuentra El Maestro, una figura que representa al organismo en general y el responsable último de todo lo que sucede. El Maestro vive en la sala de mandos del cerebro y es un anciano con una larga barba blanca, tremendamente sabio y que a menudo se queda dormido.

“Era, sin duda alguna, el personaje favorito de Albert Barrillé -recuerda Ortega-. En cierto modo porque era como se veía él mismo, alguien que transmitía sus conocimientos a los nietos”.

“Con cada capítulo añadíamos un libro de creación propia para ayudar al niño a fijar palabras y conceptos”, explica Ortega. Para su elaboración contaron con el asesoramiento de médicos que, además de ser especialistas en la materia, “sabían transmitir su pasión por el tema”, puntualiza.

También había un equipo de editores que hacían el rewritting, asegurándose que los fascículos combinaban el rigor científico con la pedagogía. Seguro que la escena en la que una adenina se intenta unir con poca fortuna a una citosina y el guardián le espeta: “¡Pero bueno! ¿Qué os han enseñado en la escuela, queréis provocar un accidente genético?”, hace las delicias de cualquier genetista. 

Tanto los libros como los vídeos parecen anticuados incluso en los conceptos, pero tienen el encanto de la nostalgia. Que no se hable del ADN basura o no codificante a estas alturas quizás hará que se tire de los pelos más de un científico.
Pero la vida es así.