la punta del viento >

La palabra de mi abuelo – Por Agustín M. González

Una persona sin palabra no merece respeto. Un político sin palabra es un delincuente moral que roba con mentiras la confianza que los ciudadanos depositaron en él. Cuando oigo a algunos políticos faltar a su palabra o al respeto sin el menor pudor, me viene a la mente mi abuelo Agustín: la personificación de la seriedad y la honradez. Su palabra iba a misa y cuando estrechaba la mano hacía un pacto de honor. En un rincón de mi habitación conservo una fotografía especial para mí en la que aparecemos mi abuelo y yo. Es especial por el cariño que le tengo a mi abuelo y porque nos la hizo un amigo inolvidable, Carlos Cabezola, quien casi treinta años atrás me impartió las primeras lecciones de periodismo de calle. Mi abuelo Agustín fue un hombre modesto, trabajador y ejemplar hasta el extremo. Intachable. Entrañable. Era agricultor, medianero de los Cólogan y una de las personas que por ese entonces más sabía de plataneras en el Norte de la Isla. Respetado y apreciado por todo el que le conocía, siempre estaba dispuesto a ayudar a un amigo o al vecino que lo necesitara. Respetado y respetuoso. A pesar de su origen humilde, era un auténtico caballero. Quizá por todo eso, y en contra de la costumbre generalizada en estos lares, mi abuelo nunca tuvo un apodo ni un mote: todo el mundo le conocía como Agustín el de Las Arenas. el lugar donde vivía, cerca de La Vera. Nada me produce tanto orgullo como ver la reacción de cariño y admiración que provoca el recuerdo de mi abuelo al presentarme y dar a conocer mi parentezco con él. El nieto de Agustín el de Las Arenas: inmejorable tarjeta de presentación. Muchas puertas me ha abierto mi abuelo en la vida. Cuando sea mayor quiero parecerme a él y poder presumir de tanto aprecio entre la gente. Esa herencia no tiene precio. Lástima que muchos de nuestros políticos no hayan tenido un abuelo como el mío, que les enseñara el valor del respeto, de la honradez y de la palabra.