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Palabras> Por Francisco Pomares

El lenguaje político es como un latín para muy iniciados. Escuchar en un debate público a dos políticos hablar sobre algo es a veces un esfuerzo melancólico e inútil. Dependiendo del estado de ánimo, puede uno no entender nada y sentirse analfabeto, o echar de menos el lenguaje enrevesado, incomprensible y resultón de ese genio que era Mario Moreno, más conocido como Cantinflas. El sociólogo Amando de Miguel bautizó el lenguaje cantinflero de los próceres, que consiste en hablar y hablar y hablar y no decir nada que signifique algo, como politiqués. Fue una buena ocurrencia. Alguien debería haberse currado un diccionario politiqués-español/español-politiqués. Con sucesivas ediciones y revisiones. Porque estamos ante un lenguaje que cambia.

De un tiempo a esta parte, al politiqués de uso corriente -ese que pervirtió palabros tan tradicionales como frontispicio o atípico, o saqueó términos cultistas como oximorón y filibustero- se le han incorporado una serie de palabras nuevas que -al estilo del neolenguaje del Ministerio de la Verdad de George Orwell en 1984- lo que persiguen es disimular las verdaderas intenciones del que habla. Algunos de esos vocablos han tenido tanto éxito que los hemos asumido como parte de nuestro actual lenguaje cotidiano, olvidando usos anteriores. La palabra rescate, por ejemplo, ya no tiene nada que ver con liberar a alguien de un secuestro. Ahora secuestro y rescate vienen a ser prácticamente lo mismo: esperamos ser secuestrados por los hombres de negro inmediatamente después de las elecciones vascas y gallegas… Otra novedad es que la tradicional y muy comprensible palabra recorte se sustituye por ajuste, que viene a ser como un recorte en el que no se tira nada. La verdad es que sí se tira: se tira a la basura a millones de personas que se quedan sin trabajo, sin sanidad, sin educación, sin asistencia por dependencia, sin futuro. Pero toda esa gente no está bien fastidiada, no. Sólo ha sido ajustada.

Otro verbo de muy reciente éxito es modular, sacado probablemente de la jerga de la carpintería de cocina. Ahora, cada vez que hay que apretarle las tuercas a algo para que perdamos derechos -incluso derechos constitucionales- se impone hablar de una modulación. La delegada del Gobierno en Madrid, por ejemplo, dice que ha llegado la hora de modular el derecho de reunión y manifestación, porque es demasiado “amplio y permisivo” y con la crisis los españoles tienden a ejercerlo demasiado, con las consiguientes molestias. Lo que de verdad quiere decir la Delegada es que van a endurecer las leyes para criminalizar la protesta y aplicar leña y punto a los que se quejen. O sea, que primero nos ajustan y luego nos modulan. Y a ver qué palabra nos inventan para sustituir a la muy castiza porculear. Porque eso es lo que más abunda. Y lo que mejor se les da.