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El tiempo inmóvil > Luis Aguilera

Este septiembre ha muerto en el puerto de San Blas Rebeca Méndez Jiménez, conocida como la Loca del Muelle. El grupo mexicano Maná rescató su historia y la volvió canción. Al tiempo sólo lo detienen las fotografías pero Rebeca lo dejó inmóvil en un único día: el de la espera. La versión más conocida dice que una madrugada de 1976 Rebeca despidió a Manuel, de oficio pescador, con los besos del amor, en vísperas de su boda que ya era fiesta. Un tornado hundió la precaria barca. Rebeca no le concedió a la muerte su poder definitivo. Viendo que tardaba y temiendo que llegara justo para la ceremonia, se vistió de novia y esperó en el muelle. Treinta y seis años duró ese momento.

Llegué por primera vez a Santa Cruz en otro septiembre. Fue al día siguiente que vi por primera vez a la Mujer de Blanco en el bar Atlántico, que tenía por entonces un toldo rojo que le prestaba aires a puerto de novela. La mujer poseía una belleza delicada y fina, que perpetuaba una juventud espléndida. Blanco su traje, blanco su sombrero, blancos sus guantes de antebrazo, blanca su sombrilla. Pero tenía un toque perturbador. Todo en ella era discretamente extravagante o excesivo.

La volví a ver en la escollera. Al principio fue una voz. A sus palabras las enmudecía el golpe del mar y las devolvía la espuma. Luego supe que tenía largas conversaciones con su amado ausente. Me contaron que era de la alta burguesía catalana, lo suficientemente rica para tenerla viviendo en buen hotel y con una mujer a su servicio.

Las mismas lenguas cuentan que el día de su casamiento con un apuesto y joven capitán de barco, Barcelona se vistió de fiesta. Y que si no hizo del mar luna de miel se debió a su propensión a los mareos. Entonces viajó por avión para esperarlo. Ni barco ni capitán aparecieron.

La versión no refiere si fue hundimiento o si su capitán encontró otro amor a bordo. Pero como la loca de San Blas, tampoco le concedió a la muerte su condición definitiva (si fue el desamor vale lo mismo) y el resto de sus días fue el mismo y ese solo: el de la espera. Necesariamente las dos tuvieron que coincidir en el tiempo, cada una delante de su esperanza y de su océano. Hoy, esta breve nota las reúne.