Tu última llamada por teléfono la tengo muy fresca rondando por mis neuronas cerebrales. Querías agradecerme mi apoyo público, aquí, en DIARIO DE AVISOS, para que te fuera concedido el Premio Canarias de Comunicación, pero no pudo ser.
De todas formas, ningún premio, por muy importante que fuera, iba a superar tu humanidad y profesionalidad. Y además, por sí no lo sabes, estoy siguiendo uno de tus sabios consejos, que fueron muchos los que de ti recibí, cuando me dijiste que dejara correr el momento puntual de la noticia si de verdad quería que tuviera la importancia que merecía.
Y es precisamente lo que estoy haciendo contigo, mi querido y apreciado César Fernández-Trujillo de Armas, que quisiste abandonarnos de puntillas, sin hacer ruido, pero la pasión y la admiración que despertabas entre los chicharreros superaron con creces tu deseo. De ti está todo dicho; la hemeroteca está cargada de elogios y de la gran labor que hiciste en el mundo de la comunicación, sobre todo en ese artilugio que fue tu medio vital y profesional: la radio.
Pero ahora que no me oyes, desde la distancia que nos separa, el infinito, déjame contar una anécdota personal. Estoy de acuerdo en que fuiste maestro de los maestros con el micrófono en las manos, pues el don de la palabra, el ritmo y la melodía de tu voz eran inconfundibles y levantabas con relativa facilidad la pasión de las masas por el espectáculo, de hecho no había evento deportivo, festivo o de sociedad en el que no te convirtieras en el centro de atracción.
Un día hablamos tomando un café en la emisora de la historia de la Masa Coral Tinerfeña, escrita por un servidor, pero, cuál sería mi sorpresa al comprobar que la conocías mejor que el autor. Quiero decir que será imposible escribir la historia de Tenerife, de su sociedad, política, deporte, cultura, carnavales o fiestas populares, sin que tu nombre figure en la primera línea de los acontecimientos.
Déjame que te despida César Fernández-Trujillo: ¡hasta otra, insigne maestro!
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