Hoy, el día después de la huelga política, cabe preguntarse si ese paro que no fue general dará al menos algunos de los frutos que perseguían -y prometían- sus convocantes, los sindicatos, con el apoyo de varios partidos y de centenares de organizaciones sociales. El Gobierno ha dicho que no ve alternativa posible a su actual política económica. No porque no quiera, que a lo mejor cambiaría algunas cosas, sino porque no puede ceder en su empeño. Su margen de maniobra es muy estrecho ya que las medidas más impopulares -despidos en el sector público, subida de impuestos, recortes en Educación y Sanidad, rebajas de sueldos, pérdida de derechos laborales y sociales- le vienen impuestas. Eso es lo que hay. O lo tomas o, si lo dejas, llega el famoso rescate y la Unión Europea y los mercados envían a los hombres de negro y, hale, a soportar nuevos y mayores sacrificios, apreturas y empobrecimientos. Como en Grecia o Portugal. Los sindicatos, ya digo, no van a torcer la voluntad del Gobierno -ni el de Madrid, ni el de aquí- porque sus políticas son obligadas y el menor de los males posibles. Los objetivos sindicales fracasan pese a que la huelga tuvo, en general, un seguimiento aceptable pero menor del que se pretendía, con bastante normalidad en la calle y escasa violencia en las acciones de algunos piquetes descontrolados. No es creíble que los propios sindicatos -y con ellos un PSOE desnortado por completo- se pongan a la cabeza del paro general cuando ellos mismos tienen parte de culpa en la crisis económica, por su entreguismo a las políticas de los gobiernos de Zapatero. La inutilidad del empeño huelguístico y la necesidad de no regalar el salario de un día hicieron del resto. No obstante, las organizaciones sindicales sí han sido capaces de recoger el cabreo y malestar que respira el cuerpo social en su conjunto. Mejor así, como ayer se demostró en las multitudinarias manifestaciones populares de la noche, que dejar la calle al albur de la agitación y el descontrol. No están los tiempos para extremismos, como tampoco para huelgas generales que, más que defender los intereses de los trabajadores, tratan de desgastar al Gobierno aunque, de paso, causan grave daño a la economía empresarial y nacional. Harían bien los sindicatos en reconsiderar sus actuaciones y estrategias políticas y ganar mayor credibilidad dedicándose a la función que les es más propia, la defensa de los intereses obreros. Y haría bien el Gobierno en dialogar con estas organizaciones en beneficio, como otras veces en el pasado, de la concertación, la estabilidad social y el interés general.
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El día después - Leopoldo Fernández publicado por Juan Jesús Gutiérrez →