Desde hace décadas, Nicaragua y Colombia mantenían un contencioso por la soberanía sobre aguas territoriales y de común acuerdo recurrieron a la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Este ente, que, por depender de Naciones Unidas (ONU), ha sido despreciado por Argentina en su diferendo por Malvinas, como lo hizo junto a Chile por el canal de Beagle y límites fronterizos en la cordillera de Los Andes, conociendo que una vez que la ONU toma partido la historia ha demostrado que las cosas acaban mal. Como ocurrió con el Sahara occidental o Palestina.
Y el reciente fallo por parte de La Haya acerca del diferendo colombiano-nicaragüense les da la razón. Lo intrincado de su texto y planimetría explicativa es tan demostrativa de la incapacidad de sus integrantes para dirimir conflictos que ha llegado a generar dos situaciones de difícil resolución al incluir en su sentencia cuestiones no planteadas.
La primera fue invadir territorio marítimo soberano de Costa Rica, que analiza reclamaciones, y la segunda otorga aguas soberanas a Nicaragua pero no islas e islotes que estas bañan, y que concede a Colombia, generando una situación absurda pues son ahora a costa seca, y por tanto no pueden ser custodiadas ni avitualladas por Bogotá, y sus habitantes, ciudadanos colombianos lógicamente, deben pedir permiso a Nicaragua para poder pescar en esas aguas.
La incapacidad con que siempre se han desenvuelto la ONU y sus organismos dependientes ha vuelto a ponerse de manifiesto, por lo que las naves de guerra de Nicaragua y Colombia hoy circulan amenazantes entre sí en las aguas en disputa, pese al fallo -si se puede llamar así a este absurdo legal.
Y más aún. Tiemblan ya Perú, Chile y Bolivia, que lamentan haber puesto también en manos de La Haya sus vigentes diferendos limítrofes, pues esta siempre la complica.
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