Hace hoy un mes, la llamada Sibila del Rin recibió “el mayor honor qe concede el obispo de Roma” y, junto al sacerdote español Juan de Ávila, fue nombrada Doctora de la Iglesia, en un gesto que acredita la solvencia y sagacidad intelectual de Benedicto XVI, que, como otros miembros de la curia, reconoce la necesidad de reforzar, en tiempos difíciles, el acervo doctrinal del catolicismo.
Además de un acto de estricta justicia por la personalidad arrolladora de la santa alemana, la decisión constituye también un oportuno reconocimiento del papel de la mujer en la Iglesia y suaviza las reivindicaciones feministas en su propósito de acceder al presbiterado.
Un buen amigo, Nicolás Soriano, me recordó el hecho, notable en cuanto ese grado solo lo alcanzaron Catalina de Siena, Teresa de Jesús y Teresa de Lisieux, y me refrescó la memoria en cuanto a las facultades de Hildegard von Bingen (1098-1179), sin cuya apasionada biografía y colosal obra literaria y musical sería imposible entender la cultura medieval que encontró acomodo y desarrollo en los conventos.
Fundadora de cenobios femeninos, dentro de la Regla de San Benito, fue una esforzada pionera que se enfrentó, con razones y ánimo firme, a garridos frailes que concedían a la mujer en general y a “la profetisa sajona”, como también la llamaron, un protagonismo espiritual e intelectual tan amplio como el que ostentó hasta su muerte. Su crédito y prestigio en vida le ganaron la adhesión de innumerables fieles que la siguieron en su faceta pionera de predicadora, una excepción más en la existencia de esta mujer singular, amiga y consejera de reyes y religiosos y tocada con el milagroso don de la revelación.
Fue elegida como abadesa benedictina a la muerte de su maestra Jutta de Spanheim y, desde entonces, luchó por emancipar a las monjas del convento mixto -Disibodenberg- donde se formaron y, pese a las dificultades de toda índole, fundó el primer monasterio en la colina de San Ruperto, cerca de Bingen.
Creadora de la llamada lingua ignota -primera artificial de la historia, lo que le valió el patronazgo de los esperantistas- y visionaria desde la infancia, su trabajo más conocido (Scivias) fue comparado por muchos especialistas con el Evangelio de San Juan, y a instancias del arzobispo Enrique de Maguncia, el papa Eugenio III mandó que fuera analizada por una comisión de teólogos que estudió y aprobó en parte el contenido de estas profecías. De sus curiosos episodios, hablaremos otro día.