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Una protesta masiva – Francisco Pomares

Nunca he entendido la voluntad de los gobernantes de minimizar lo obvio: la interpretación oficial de las movilizaciones de ayer como un fracaso, reiterada en los argumentarios del partido y en las frases de los dirigentes, me desconcierta. No sólo me parece una estupidez intentar falsear lo evidente, es que es una estupidez lanzada a la cara de los millones de ciudadanos que ayer decidieron no trabajar o acudieron a las movilizaciones más gigantescas de la historia de nuestra democracia.

Que millones de personas salieran a protestar a las calles no es mérito de nadie, y si me apuran, tampoco un demérito específico de este gobierno: la crisis no la ha inventado Rajoy y -de momento- tampoco es que se le haya visto hacer cosas muy distintas de las que han hecho otros en otros lugares, incluso quienes le precedieron en el Gobierno de España. El problema es el punto al que se ha llegado, con seis millones de ciudadanos colgados de la brocha, viviendo de la caridad (pública o privada), la economía boqueando, las empresas al borde del cierre, los servicios públicos asfixiados y decenas de miles de familias a punto de quedarse en la calle, mientras algún argumentista se dedica a sacar estúpidas cuentas sobre cuántos desahucios se podrían pagar con las pérdidas de la huelga de ayer (que por otro lado el mismo argumentarlo califica de fracaso).

En fin, que hay que estar muy bien colocado o muy seguro o con los riñones muy forrados y el dinero guardado en un banco de Alemania (o por ahí) para no sentir el pavor de una situación que cada día nos depara más negrura. Me parece miserable negar la fuerza de las protestas, como me parece infantil sobreestimar su utilidad: van a servir para bien poco, porque este Gobierno nuestro ha decidido llevarnos por un concreto camino, el de adorar al becerro del déficit contenido, que equivale a más sufrimiento, más paro, más empresas quebradas y más supresión de servicios públicos. El gobierno no cree en ninguna otra posibilidad. Es lógico: le preocupan los mercados. Y los bancos, que son quienes financian la deuda y cobran por hacerlo cinco veces lo pagan por el dinero que les prestamos.

Tengo la impresión de que lo que diga la gente se la trae mismamente al pairo. Han preferido enfrentarse a la protesta con “más leña y punto” (terrible la visión de ese niño de Tarragona con la cabeza abierta por la policía), con argumentos preparados por algún primo de pitagorín y con un movimiento de cabeza en dirección a la nada. Una nada que ellos creen que es el futuro.