Una abrumadora mayoría de países miembros de Naciones Unidas ha condenado el embargo impuesto hace cinco décadas a Cuba por EE.UU.

En algún momento, dado el poder que Washington ejercía sobre sus socios de Occidente, ese embargo fue efectivo y dañino. Pero desde inicios de los ochenta, EE.UU. focalizó sus preocupaciones en crisis de otras zonas del planeta, más la del petróleo, o el derrumbe de la Unión Soviética, lo que permitió a Cuba -que hasta ese momento el 80% de su comercio exterior lo concretaba con su propio opresor- negociar con el resto del mundo. Excepto ciudadanos estadounidenses (?).

Desde entonces empresas internacionales, incluidas las españolas, realizan inversiones especialmente en el área turística; países latinoamericanos compiten con EE.UU. para comerciar con Cuba; el petróleo fluye desde Venezuela como las remesas de dinero desde todo el mundo -excepto pocos países-, pudiendo los emigrantes colaborar así con sus familias, llevadas a la miseria por la incapacidad castrista, más que por el embargo.

El actual recorte de gastos en salud, pensiones, empleos y educación públicos aplicados por Raúl Castro no son culpa del embargo sino de seis décadas de vivir en un limbo económico-productivo donde nadie paga impuestos y todo viene del Estado. Donde nada se produce -excepto turismo y los ampliamente exportados ron Havana y habanos Cohiba y Partagas-.

Dice un refrán que “el secreto del éxito es tener cerca a quien echar la culpa si algo sale mal”. Para los Castro ese quien ha sido EE.UU., desde que la Unión Soviética burlaba el bloqueo pagando las deudas de Cuba, proveyéndola de infraestructura y desarrollo tecnológico-científico. Entonces, ¿qué embargo padece Cuba? Solo el de no poder comprar armas convencionales, acceder a la energía nuclear. Y que los estadounidenses no puedan comprar habanos o ron cubano, o vender hamburguesas McDonald’s en Cuba.

gerardoctkc@gmail.com