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El trueque reinventa los ultramarinos

Trueque Los Realejos - Manuel 'el Quirina'
Manuel 'el Quirina' ha recuperado el trueque en su tienda. / DA

LUIS F. FEBLES | Los Realejos

Los que podían pagaban en efectivo y al contado. Otros, dejaban fiados los víveres de primera necesidad para así poder condimentar un potaje o meter en el caldero unas papitas que engañen al hambre. En los años 60 era el lugar de referencia y todos lo conocían: la venta de el Quirina, el ultramarinos de la calle García Estrada, que alimentó en la antesala del boom del turismo a un importante número de vecinos en Los Realejos.

Frutas, verduras, gofio, plátanos y productos de limpieza, eran la mercancía más demandada en un local que sigue conservando a día de hoy el encanto de antaño y la atención más cercana. Con más de 56 años en activo y tras coger el testigo de sus padres, la venta que ahora regenta Vicente Manuel Rodríguez, conocido como el Quirina, no pasa por su mejor momento. La dura recesión económica y las grandes superficies han provocado que la pervivencia de establecimientos como éste, sean un auténtico ejercicio de valentía y constancia por conservar el legado familiar.

Contra la crisis, dosis de imaginación y praxis. Así, la única venta antigua del casco realejero ha recuperado para la ocasión una práctica antiquísima: el trueque. Como si se tratara de los mercados medievales o de sociedades comunitarias, el ventero intercambia productos con sus compradores sin dinero en la transacción, aparte de vender sus artículos. Grano por fruta o lechugas por huevos, son algunos de los objetos de la permuta. “Todo es mercado. Hay que darle un valor y estar de acuerdo las dos personas. El dinero está retraído y por eso usamos el trueque en la venta; debería de utilizarse más”, asegura el también diplomado en Magisterio.

Sin caer en pesimismos, el ávido comerciante apuesta por un trato personalizado en una coyuntura donde los hipermercados y las grandes superficies se pelean por vender el mejor producto. “Mientras ellos luchan, los pequeños comercios somos los más afectados. Ahora, las existencias están casi a cero, pero no podemos lamentarnos, solo cabe mirar hacia adelante y defender un negocio que tiene una clientela fiel que sabe que compra calidad”, apunta.

En el recuerdo de un tiempo pasado que fue mejor, el minorista rememora las famosas cartillas de crédito. “Antes, se fiaba mucho a los clientes que no podían comprar los productos, dándoles un margen de tiempo para que pudieran pagarlos. Fue el 8 de mayo de 1990 cuando se quitó el crédito; ya era difícil de aguantar”, recalca.

Sus padres regentaban el almacén y la única pensión en el municipio. El hostal Quirina, situado en la planta superior del local, guarda en sus muros las anécdotas y remembranzas de ilustres moradores. Tanto es así que Vicente Manuel Rodríguez testifica que en su juventud, alcaldes de Puerto de la Cruz y La Orotava, ocuparon, entre otros, algunas de las habitaciones. “Con ocho años salía del colegio y ya sabía sumar las cuentas del comercio. En la fonda se quedaron políticos, grandes artistas y negociantes, eran muchas las historias”, dice.

La tienda se reinventa y siempre está abierta a cambios, pero conservando el sabor añejo. En la parte superior, en las estanterías, coloca con cuidado y a modo de exposición las pinturas de cartón piedra realizadas por su hija. Desde que en el año 1981 se pusiera al frente del colmado, ha intentado seguir prestando el servicio cercano y caluroso que solo puede dar la venta de toda la vida. Ahora hay que proceder, cuando se pueda, a alguna mejora en el escalón de la entrada: “Los clientes son mayores y pueden caerse, hay que tratarlos bien”, apostilla.

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El gofio, la estrella

Sin duda, las propiedades de este cereal están fuera de toda duda. También su variación a la hora de condimentar un plato. Para el ventero, el producto estrella de antes y de ahora es el gofio. “Somos como agentes de este producto, que traemos de los molinos de La Orotava para venderlo en el establecimiento. Es lo más demandado”, aclara. Hace muchos años, los vecinos lo consumían para hacer pelotas, mezclar con el potaje o con la leche. Era una forma barata y saludable de alimentarse en una época poco dada a grandes inversiones en víveres. “Gracias al gofio, muchos evitaron acostarse con el estómago vacío. Era la principal fuente de alimentación”, determina.

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