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La búsqueda del líquido elemento

En zonas de Tenerife existen algunos pozos con profundidades de más de 600 metros. / FOTOS: FRAN PALLERO


LUIS F. FEBLES | La Orotava

Desde la prehistoria, el ser humano ha tratado de adaptarse al medio buscando lugares estratégicos cercanos a cursos de ríos o lagos. En la edad antigua, el anhelo de inmortalidad y fortaleza solía aparecer consignado en los pueblos que custodiaban zonas abundantes en agua, por su valor intangible como recurso vital. Superando en importancia al petróleo, la búsqueda de agua en la ya castigada madre tierra ha hecho que las Islas Canarias, por sus características geográficas, haya convertido a los canarios en verdaderos expertos en la caza del líquido elemento.

Así, Tenerife, y sobre todo, el Norte de la Isla, es una de las zonas del mundo donde mayores profundidades se alcanzan para su captura, con pozos que presentan excavaciones de hasta 600 metros. De dónde viene el agua que bebemos, cuál es el procedimiento para sacarla de un pozo o quienes son los encargados de conservarla, pueden ser las preguntas más comunes.

DIARIO DE AVISOS, de la mano del gerente de la empresa Elekagua, SL, Domingo Francisco García, y de su hijo e ingeniero, Carlos García Benítez, se ha adentrado en el mundo de las prospecciones acuíferas en la comarca para dar a conocer los entresijos de un oficio que a lo largo del tiempo ha evolucionado hasta convertirse en una dedicación necesaria para todos.

El punto de partida: un pozo de 200 metros de profundidad y casi tres metros de diámetro localizado en el Valle de La Orotava y destinado principalmente para abastecimiento y agricultura. Desde esta boca de la tierra se impulsa el agua por medio de un dispositivo de dos toneladas llamado electrobomba sumergible, que se coloca al final de la tubería. El giro del motor eléctrico provoca la rotación de las etapas que impulsan el agua.

Para el mantenimiento de dichos pozos y sus instalaciones, los operarios bajan suspendidos en habitáculos metálicos, comúnmente llamados cacharrones, hasta el final de la perforación a manera de un auténtico viaje al centro de la tierra. Durante el descenso, y teniendo en cuenta la imposibilidad de comunicarse por móviles o emisora, la cuadrilla dispone de un vocabulario fonético transmitido a través de una pita colocada en la parte superior del pozo. Este lenguaje de claves sonoras permite la comunicación entre los operarios del fondo del pozo y los de la superficie.

“Es una labor que requiere unas medidas de seguridad importantes para evitar riesgos. Este trabajo permite el mantenimiento de la instalación subterránea para que el agua vaya a los depósitos; suelen bajar cuando hay alguna incidencia, no es algo cotidiano”, indica Carlos García. En esta línea explica cómo se pasó de las galerías a los pozos verticales y de ahí a los denominados de cata, los cuales basan su perforación en una especie de taladro o mediante golpeo del terreno con un trépano de acero.

SEGURIDAD MÁXIMA

El gerente de la empresa advierte de que a la hora de encontrar agua, “nadie sabe lo que hay debajo de la tierra”. Por eso, es una actividad de riesgo para el que se aventura a realizar una instalación de este tipo, dado que es “una inversión de la cual no se tiene certeza de la cantidad o de la calidad del agua que se va a conseguir. Ha habido casos en los que tras la perforación y posterior prueba de aforo para el cálculo del caudal a extraer no se ha logrado sacar ni un litro”.

En el fondo de la nave donde se encuentra la instalación de la empresa Elekagua, un antiguo motor diesel a modo de reliquia, rememora aquellos tiempos en los que la dinamita y el esfuerzo humano tras la explosión, eran los garantes de un oficio que se ha perfeccionado y mejorado paralelamente a los avances tecnológicos en este campo.