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César Manrique – Por Luis Ortega

En el Salón de Grados de Guajara tuve la ocasión y satisfacción de reencontrarme con tres viejos y entrañables amigos -Pepe Dámaso, Paco Galante y Fernando Castro- con Manrique, cuando se cumplen veinte años de su muerte, como pretexto, como glorioso pretexto. El formato de esta reunión -que contó con la hospitalidad y presentación de la vicerrectora Nélida Rancel, que habló de la obra y la proyección internacional del artista lanzaroteño- fue una conversación abierta y franca, donde Dámaso, en la frontera de los ochenta años, hizo un retrato ajustado y profundo de su gran amigo; resaltó su compromiso con Lanzarote y Canarias y lo calificó como un pionero en la conjunción de la naturaleza y la creación artística, en la definición de un nuevo modelo turístico que respetara el principal de los activos insulares, el paisaje atormentado y genesíaco de su tierra natal. Castro, el erudito que mejor ha explicado la personalidad y la creación del protagonista del encuentro, destacó unas virtudes que, con su muerte, desaparecieron de las estrategias de desarrollo de un territorio y de una población con absoluta dependencia exterior: la denuncia constante y, a la vez, la permeabilidad y la paciencia, para negociar con el capital y los poderes públicos, las llaves imprescindibles para poder materializar sus actuaciones. Galante, director de la cátedra cultural que lleva el nombre del esforzado responsable de “una nueva conciencia ambiental”, resaltó sus valores humanos y el sentido de la amistad, que reforzaron sus méritos artísticos, la intuición y seguridad que demostraba en el trabajo y el exitoso empirismo que le eximió, en muchas ocasiones, de planificaciones y proyecciones complejas, cuando en su cabeza tenía las soluciones de formas y materiales para realizarlas sobre la marcha. Yo planteé, aún planteo, los efectos sobre la singular geografía conejera de sus veinte años de ausencia; la perversión, a fuerza de repeticiones, de su modelo de arquitectura popular para usos turísticos y recordé, aún recuerdo, el crédito ciudadano que influyó para que los políticos y los promotores respetaran sus posiciones y se sentaran a negociar con aquel personaje menudo y nervioso, apasionado en el discurso e incansable en la lucha y las tareas diarias, dotado de un carisma inédito hasta entonces en el complejo y acomodaticio campo artístico. En una efeméride triste y de repercusión pública escasa, el departamento de Historia del Arte en la Universidad de La Laguna respondió con oportunidad y además mucho interés. Que cunda el ejemplo.