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Convicción o coacción – Por Jorge Bethencourt

Cientos de personas se reúnen bajo el símbolo de un lazo rosa. Es un acto por la vida, a favor de los enfermos de cáncer de mama. Un grupo de colaboradores anónimos, que entregan parte de su tiempo libre a trabajar en un fenómeno social llamado Carrera por la Vida, se han dedicado a organizar, promover y captar apoyos publicitarios para una caminata y un pequeño acto de homenaje a todos los participantes. Se venden gorros, pulseras, camisetas… Al final se han recaudado más de quince mil euros que se destinarán a la lucha contra la enfermedad y la ayuda a mujeres que la padecen. Una televisión de esta isla, la de Manuel Artiles, convoca a los ciudadanos para entregar alimentos. Logra recabar la ayuda de miles de personas y superar las cien toneladas. Algunas personas solidarias ofrecen su trabajo a los bancos de alimentos que reparten comida entre las familias más necesitadas: miles de personas reciben ayuda gracias a esta iniciativa. ¿Este es el país de la economía sumergida? ¿El país del fraude a Hacienda? Sí. Es el mismo, aunque parezca increíble. La gente paga impuestos con la confianza de que los demás ciudadanos los van a pagar y los responsables públicos los van a gastar adecuadamente. Cuando ninguna de estas dos premisas se cumplen, la confianza de la sociedad se resquebraja de forma irreparable. Cuando la gente observa cómo se dilapida el dinero que tanto trabajo ha costado ganar, cómo se tiran los recursos, cómo se desperdicia tanto esfuerzo, siente el legítimo deseo de no ser expoliado por unas administraciones convertidas en garrapatas inútiles. Los impuestos, entonces, se pagan bajo la fuerza de la coacción, no de la convicción. Pero a la gente no le importa rascarse el bolsillo de forma voluntaria, sin coacciones, sin amenazas y sin campañas, cuando se trata de ayudar al prójimo. Seguimos siendo solidarios cuando tenemos la percepción de que nuestra ayuda va a ser administrada por personas responsables. Cuando creemos que nuestra ayuda va a llegar a los más necesitados. Es falso que en este país no exista una sociedad dispuesta a sacrificarse. Lo que ocurre es que está muy poco dispuesta a sufragar los gastos de una casta de incompetentes. Bajo el disfraz del servicio a los demás, se esconde, a veces, una densa masa de musgo burocrático, perfectamente inútil, que sobrevive con éxito gracias al esfuerzo ajeno. Los millonarios, como Depardieu, pueden cambiar de país y devolver el pasaporte. A los demás solo les queda sobrevivir como galeotes del barco tributario. Defraudar es una consecuencia lógica cuando quien primero nos defrauda es el Estado que cobra. Cuando el gran fraude es el de quienes pretenden cobrar a fondo perdido. Un fondo perdido sin fondo.

@JLBethencourt