Los sentimientos son el envoltorio de los pensamientos. O al revés, que lo mismo da. Yo lo practico en todo lo que hago. Cuando me percato de que un comportamiento cualquiera entraña una reacción a una conducta -propia o ajena-, intento cambiar de actitud. Si logro tal propósito, estimulo la creatividad y provoco situaciones alentadoras.
La ciencia aduce que estamos programados para ser únicos, aunque matiza que muchas circunstancias dependen de la experiencia individual. Por lo tanto, alertan los sabios, “el riesgo de equivocarnos es elevado”. No importa lo larga que sea la noche. Amanece, que no es poco.
El secreto consiste en aplicar las técnicas que vamos asimilando. Mis deseos son órdenes para el cerebro, que acatará o no en función de cómo gestione yo los recursos emocionales.
Una prueba de que estamos equipados para la supervivencia y la felicidad la aporta la Universidad de Navarra: “El amor, la alegría y el afecto nos hacen ser más creativos y emprendedores, además de animarnos a incrementar la confianza en el futuro”. Interesante reflexión. La investigación dirigida por la catedrática Natalia López Moratalla fija una conexión entre la fuerza y el poder natural de los sentimientos y el equilibrio razón-emoción.
En el análisis del papel de las emociones en la configuración de la identidad personal, en el comportamiento, en la salud mental y en su influencia sobre la toma de decisiones, la percepción de la belleza es un factor precioso que afea la conducta del receptor sometido a interferencias.
Particularmente, siento que la estética libera sensaciones objetivamente incomprensibles pero que para mí son una fuente de inspiración. Revelaré uno de mis trucos: al ejercitar la creatividad, pienso en alguien y, automáticamente, las ideas brotan espontáneamente. Estoy tan concentrado en mi musa que, en mis ensoñaciones, me quedo mirando a las musarañas.