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Cucarachas – Por María Vacas Sentís

El miedo se extiende como la gangrena. La irracionalidad y la injusticia se han convertido en ley. Un decimal del maldito déficit importa más que el hambre de los niños. Habitamos una cárcel de estadísticas y tras ella, una regresiva caverna. En esta situación podemos intentar hacer brotar la empatía tantas veces adormecida, no buscar excusas a nuestra desidia, batallar por la justicia social; tan solo porque, misteriosamente, cuando más tendemos la mano más llena la sentimos.

Pero también podemos encallecer el corazón, dejarlo secar al sol y buscar la salvación de los temerosos que solo velan por ellos mismos y sus allegados. Desconfiar del que necesita ayuda y hasta desear su invisibilidad, cual reo culpable de su fracaso, para que no nos contagie su desgracia y su pesadumbre atroz; sencillamente dejar de ser humanos y convertirnos en cucarachas.

Como las cucarachas me aterrorizan, quiero hablarles de la situación desesperada de Virginia, de la que supe por Eloy Cuadra, de la Plataforma por la dignidad de las personas. Virginia es una abuela coraje de 56 años que vive en la Verdellada, en Tenerife, con una hija y cuatro nietos a su cargo.

Cuatro niños de solo dos, tres, nueve y 11 años. Virginia malvive, enferma, con muletas, de baja por depresión, al límite de sus fuerzas, en una vivienda de protección oficial de Visocán, de la que en octubre casi la desahucian. Con su sueldo recortado no puede pagar la cuota de un préstamo y un alquiler que de social solo tiene el nombre, y mantener al mismo tiempo a sus niños; comprar comida, medicinas, pañales, pagar el agua y la luz… Seis personas viviendo con menos de 400 euros al mes, mientras las instituciones amenazan con quitarle sus nietos. Pero a Virginia no le queda otra que seguir tirando del carro de la vida que le ha tocado, sacar adelante a unos niños que son su carga y su razón de vivir. Nosotros podemos mirar para otro lado o ayudarla a hacer su existencia un poquito más llevadera.

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