esto no se cobra>

Cuenta atrás> Por Cristina García Maffiotte

Hoy es uno de diciembre y se supone que, según alegres y folclóricas interpretaciones del calendario maya que no tienen ninguna validez científica, en 20 días será el fin del mundo. Es algo que hasta ahora no me había tomado muy (nada) en serio, la verdad, pero con el paso de las últimas semanas este tema ha empezado a preocuparme. Empezó con un comecome que ha ido dejando paso, según han ido pasando los días, a una profunda angustia.

Y es que no dejo de preguntarme ¿qué catástrofe pensaron los mayas que podía ocurrir el 21 de diciembre de 2012?

Soy consciente de que hay quien ve claras señales de que algo va a cambiar de forma inminente. Grandes indicios y pequeños detalles. Para algunos, una señal es haber perdido la paga de Navidad, para otros, el curro. Para el de enfrente, que le nieguen el acceso a la sanidad gratuita y, para unos pocos (no tan pocos) que Belén Esteban haya dejado los platós de televisión. Incluso hay quien piensa que el hecho de que Santa Cruz haya presentado ya, por fin, un Plan Especial del Puerto que lleva redactándose desde la época de la conquista, no puede sino significar que nuestro tiempo en este mundo se acaba.

Hechos con lecturas individuales y otros con alcance colectivo; pero, al fin y al cabo, claros letreros luminosos que si se interpretan a la ligera podrían indicar que estamos llegando al final del camino. Como esta sensación acuciante de que se acaba nuestro pequeño mundo; de que esta bolsa amniótica de crecimiento, paz y prosperidad en la que hemos vivido tres generaciones comienza a desaparecer.

Como nos indica esta generalizada pérdida de la ilusión; el convencimiento de que esto no se sostiene, de que lo que se había construido con esfuerzo empieza a derrumbarse, de que no hay retorno. Pero no es eso lo que me genera esta preocupación. Lo que no hace más que darme vueltas a la cabeza es la sensación de que a lo mejor no se ha malinterpretado bien (sí, así, malinterpretado bien) lo del calendario maya.

A lo mejor no es ese el enfoque. Lo que me pone los pelos de punta es pensar que, a lo mejor, lo que los mayas marcaban en su calendario como la llegada de un gran mal, de una gran catástrofe es, en realidad, que el mundo no se acaba en esa fecha, sino que empieza uno que va a ser mucho peor.

Y que después del 21 de diciembre, vendrá el 22, y luego, el 23 y, después enero. Y, después, un larguísimo 2013 que esconde 12 meses todavía más apocalípticos que los que llevamos viviendo desde hace cuatro años.

Eso sí que es para ir corriendo al supermercado para hacer acopio de agua y alimentos no perecederos, ¿o no?