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Un engaño consentido – Por Sergio García de la Cruz

Somos una sociedad extremadamente consumista. Continuamente estamos demandando bienes y servicios. Esta vorágine propicia que cada vez seamos más víctimas de engaños. Somos el blanco de campañas publicitarias ilegales. A diario nos bombean con mentiras con el único fin de que compremos un producto o hagamos uso de un determinado servicio. Todo esto ocurre ante la permisividad del gobierno actual y del anterior. Los poderes públicos soslayan su obligación.

El artículo 51 de la Constitución española regula los derechos de los consumidores y usuarios expresamente. La protección de los consumidores y usuarios se convierte en un principio básico que obliga al Estado a asegurar a los ciudadanos sus derechos y libertades en este ámbito.

Sin embargo, me vienen a la cabeza millones de situaciones en las que somos engañados. ¿Recuerdan la pulsera milagrosa? Pues bien, se vendieron 300.000 pulseras por un precio medio de 40 euros, lo que hace 12.000.000 de euros. Un escándalo, máxime cuando esa pulsera costaba 30 céntimos en china. Todo esto ante la pasividad del gobierno.

Que esto no fuera en aumento se lo debemos a Facua, que fue quien puso freno a esta locura. La empresa en cuestión fue solamente multada con 15.000 euros, irrisorio si lo comparamos con las ganancias. Pero, ¿por qué el Gobierno no actuó? Tal vez la respuesta sea porque hasta la propia Ministra de Sanidad, Leire Pajín, tenía una.

Los anuncios de cosméticos son también bastante interesantes, principalmente porque usan las típicas estratagemas habituales de quien quiere vender unos productos cuyos resultados no están comprobados. ¿Por qué se permite ofrecer productos y servicios confusos, sin aval científico ninguno, y que verdaderamente no funcionan?

Y, por tanto, ¿por qué se permite que nos engañen? El organismo público que garantiza la veracidad de la publicidad en Reino Unido ordenó a Danone que retirara un anuncio de Actimel por garantizar efectos que no están científicamente probados, en cambio eso mismo se permitía en España. Indudablemente, este país no es serio.

Por tanto, si queremos vender un producto con éxito debemos seguir las siguientes artimañas: usar términos en un idioma extranjero, preferiblemente ingles, y, que por supuesto, ni entendamos ni sepamos que significan, pero que nos suenan a lo último o a lo mejor. También debemos prometer efectos milagrosos, aplicando una tecnología que no conocen ni en la NASA y, por último, y también muy importante, usar porcentajes, pero sin dar datos de la muestra.

Relacionado con lo dicho, es importante saber que España tenía que haber cumplido la Directiva Europea 2005/29/EC, cumpliendo lo establecido en ella antes del 12 de junio de 2007, pero la ignoró y la sigue obviando a pesar de que el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas le condenó por ello el 23 de abril de 2009.

La cuestión es que seguimos siendo engañados. Constantemente nos vende de manera ilegal producto o servicios que no cumplen con lo que se indica y, más grave aun, que proclaman falsamente que un producto puede curar enfermedades, disfunciones o malformaciones.

www.sergiogarciacruz.com