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Francisco Pi i Margall – Luis Ortega

El librero tenía una cinta con los colores republicanos en su reloj. Me recordó los años de la Transición, cuando los nostálgicos del régimen caído lucían la bandera roja y gualda del mismo modo, o en botones en la solapa, algunos con el escudo que tanta bulla causó en las corporaciones democráticas. Me cobró las Observaciones sobre el carácter de don Juan Tenorio (1884) y el Programa del Partido Federal, que se unen a otras obras de Francisco Pi i Margall (Barcelona, 1824-Madrid, 1901) compradas en el Rastro, cuando este aún podía sorprenderte o como, en este caso, en la Cuesta de Moyano, en las casetas alineadas con la verja del Jardín Botánico. En la estantería de curiosidades, la que más tarda en engordar, están también La España pintoresca, Historia de la pintura y unos curiosos Estudios de la Edad Media, fechados por el autor en 1851 y publicados en 1873, “cuando fue presidente efímero -apenas llegó a cuarenta y ocho días- de una República fugaz”. En las animadas vísperas de la Constitución y al rebufo de las elecciones catalanas, Madrid es, aún más, el rompeolas de todos los mares territoriales, de los indignados por los vicios de la democracia -que los tiene aún siendo el único sistema válido- y los desesperados que esperan un milagro para acabar el mes. Cené con algunos colegas que, liberados de obligaciones en este puente, me ponen al día de la vida casi secreta de la Villa y Corte. (Y digo casi secreta porque este es el pueblo más grande y novelero de España). Comentan mis adquisiciones bibliográficas y sale, como en los discursos de la periferia, el tema sempiterno de la reforma constitucional. “Aquí hay miedo semántico; el federalismo recuerda el caballo de Pavía”, dice uno de ellos, de talante moderado y seguidor de “Juan Carlos, que no monárquico”. “No está el horno para bollos”, señala otro aún más conservador, y se indigna sin riesgo; el tercero recuerda que, en los años de bonanza, se pensó en la reforma “a efectos sucesorios, para evitar la discriminación femenina que existe”. Difícilmente el temor a una palabra se compadece con el hecho de un régimen autonómico que, con un gobierno de derechas, tocó incluso la Hacienda pública. Por otro lado, el techo competencial de las comunidades españolas es superior al de algunos estados federados de la propia Europa, y, finalmente, las virtudes constitucionales que nadie discute prevén la reforma de la Carta Magna. “Federal, ¿por qué no?”, como le espetó Pi i Margall a un adversario; lo importante en una realidad diversa es que todas sus partes tengan el mejor acomodo.