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Inocentes – Por Jorge Bethencourt

Nunca se dice, porque los intestinos no se tocan, el daño que los medios de comunicación causan a la democracia. Porque información se ha transformado lentamente en un vertedero y a la escombrera del papel o de las ondas se lanzan cotidianamente los restos triturados de famas y provechos, desgracias y sucesos, a mayor gloria de las audiencias.

Ya no existe tiempo para comprobar la información de una fuente. En ocasiones -demasiadas- lo que dice se transmite como verdad revelada sin más consistencia que la de una única versión. El periodismo de investigación es un lujo solo al alcance de los poderosos. El de precisión es aburrido. El rumor, sin rubor, se eleva a la categoría de noticia e incluso, en el colmo del surrealismo, se advierte a veces de que la noticia no está plenamente confirmada.

En la trituradora dentada de periódicos, radios y televisiones, todo lo que caiga es convertido en menudillo en cuestión de días. Y cuando “deja de vender” se olvida con la misma velocidad. La prisa no permite el sosiego ni la reflexión. Sueldos de miseria retribuyen a profesionales que malviven de lo suyo, mientras compiten con tertulianos y comunicadores, telepredicadores y vocingleros que han elevado el histrionismo a la categoría de arte y el insulto al nivel editorial.

La intolerancia que se ha instalado en la sociedad ya viene de antes de la crispación de la crisis. La masa que dormita idiotizada sobre los gritos de anónimos famosos de la telerrealidad no hace más que copiar fielmente la imagen del mundo que les ofrece la pequeña pantalla. Las calamidades y desgracias no solo se cuentan sino que se retransmiten, sublimando la emoción al nivel de una declamación histérica, buscando desde el primer minuto algún chivo expiatorio, una víctima adecuada -qué más da que no sea, si parece- para que caigan sobre él las iras del respetable y el cuchillo justiciero mediático de turno.

Puede existir la libertad sin el periodismo. Pero difícilmente lo contrario. Algunos medios y periodistas, aún hoy, navegan por la democracia esforzándose en mantener el equilibrio, la sensatez y el rigor. Hubo abanderados del cambio de la dictadura a las libertades. Hubo héroes y resistentes. Hoy vivimos un mundo aparentemente libre. Y nada hay más libre que la información. Solo que a veces es más ruido y furia. En el río revuelto del derecho de todos a expresar opiniones, nadan los más extravagantes pejeverdes. Y en la pecera de la actualidad se mezclan hechos con hipótesis y juicios nacidos en la penuria cerebral. Es lo que toca. Pero recuerdo a los viejos periodistas de otras épocas y siento una sana y melancólica envidia de aquel mundo donde todo era más sosegado, racional y sensato.

@JLBethencourt