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Medidas de contención – Irma Cervino

Úrsula ya está incorporada y a pleno rendimiento, después de la operación de cadera que la ha mantenido alejada de la presidencia dos semanas. Para celebrar su regreso, Brígida le preparó una bienvenida en el portal del edificio con un catering de 27 montaditos -uno por cada vecino- y tres botellas de vino que le compró un primo en una bodega del norte. De todas formas, este recibimiento tan emotivo no impidió que se llevara tremenda bulla por el pésimo funcionamiento de la comunidad durante la ausencia de su hermana. “Te han tomado por el pito del sereno”, le recriminó Úrsula mientras se tomaba un vasito de tinto Tafuriaste en barrica.

La mayoría de los vecinos creemos que a la recuperada presidenta le han colocado una cadera de hierro porque ha regresado con fuerza y poniendo en marcha un par de medidas impopulares. Antes, por fortuna, le dio el visto bueno al Belén, que más se parece al arca de Noé que a un nacimiento, a juzgar por la variedad de animales que terminamos colocando. Y todo, a pesar de las quejas del seminarista del ático que está totalmente indignado por el sacrilegio que hemos cometido. Lo hemos hecho por los niños. En cuanto a las medidas, Úrsula ha advertido que las irá tomando de forma progresiva y con un objetivo claro: fomentar el ahorro y promover el empleo. “Tenemos que ser un ejemplo para Europa”, le comentó -mientras se comía mi montadito de salmón- al tesorero, al que ha encargado contactar, cuanto antes, con el gabinete de la canciller Merkel para enviarle una carta, explicándole que nuestro edificio sí cumple con los compromisos de reducir el déficit.

Ninguno esperábamos que la primera medida fuese clausurar el cuartito donde Carmela guarda la lejía con la que limpia la escalera porque asegura que fue la causante de su caída, además de ser cara y de mala calidad. Así que, a partir de ahora, Carmela no podrá fregar sin la supervisión previa de la presidenta que no solo se ha quedado con la llave del cuarto sino que ha comprado un dosificador. “Hay que controlar el gasto”, le espetó en toda la cara.  

La siguiente medida tiene que ver con el impulso al empleo joven. Para ello ha contratado a un tal Francisco José como ascensorista del edificio, lo que ha generado un revuelo entre los vecinos. Como siempre, los primeros en saltar han sido la abuela de los Padilla, que empezó a gritar que ella no se sube con desconocidos en el aparato, y Bernabé, el taxista, que dice que él no necesita que nadie le pulse el botón. Mientras tanto, el botones, que es como ya han bautizado al pobre Francisco José, no hace sino subir y bajar. La que está que trina es Carmela pues piensa que todo esto es una artimaña para que los vecinos dejen de usar la escalera y, por fin, Úrsula tenga un motivo para echarla.