fauna urbana >

El mundo sigue – Por Luis Alemany

Tampoco el viernes pasado fue el fin del mundo: no es que uno fuera fanáticamente partidario de su producción en aquella fecha, pero -por si acaso- no redacté el viernes esta columna, porque, de haberse producido aquella noche tal catástrofe, hubiera resultado un despilfarro literario de un texto que nadie iba a publicar, a leer, ni a pagar; porque los anuncios del fin del mundo han sido numerosos a lo largo del siglo pasado: el último fue el 9 de septiembre de 1999 (9-9-999: el número del Demonio invertido y casi duplicado), en cuya fecha -como ya he comentado en otras ocasiones- celebramos una fiesta de smoking un grupo de amigos en el hotel Mencey, sin que tal acontecimiento letal se produjera, por lo cual tuvimos que pagar los whiskies; de la misma manera que fueron muchos los anuncios catastróficos a tal respecto a lo largo de aquella centuria; de tal manera que, con respecto a uno de ellos, los hermanos Álvarez Quintero estrenaron una comedia titulada Mundo mundillo, donde uno de sus personajes declaraba su alegría por el deceso universal, que nos obligaba al óbito colectivo, evitando así la hipocresía social de asistir a las muertes individuales sin preocuparse por ninguna de ellas.

Incluso la Iglesia cristiana (facción católica desde Trento a mediados del siglo XVI) propone un fin del mundo, tras el cual se produciría la Resurrección de la Carne y el Juicio Universal, en el Valle de Josafat (debe ser muy grande, para que quepamos todos: desde Adán hasta Rajoy), a través del cual se harán públicos los pecados de todos los humanos; por más que uno siempre ha sentido una profunda inquietud a tal respecto, al ignorar si tras cada uno de los juicios los encausados serían enviados de inmediato al Cielo o al Infierno -que les correspondiese-, o bien permanecerían en el valle hasta el final del juicio; porque, en el primero de los casos, resultaría injusto (si se juzgara -como es presumible- por orden alfabético) que uno apenas se pudiera enterar de los pecados de Antonio Alarcó, mientras que Miguelito Zerolo conociera los de Antonio Plasencia y los de Cristinita Tavío.

Posiblemente esto del fin del mundo tenga mucho de cortina de humo para eludir otros problemas mucho más graves, de tal manera que quizá los más angustiosos fines del mundo sean aquellos que nos acosan parcialmente, como las Torres Gemelas, la matanza de Atocha o los asesinatos de cinco o seis personas cada noche en el barranco del Hierro durante cuatro años; por lo cual piensa uno que los dioses -en su omnipotencia- no enviarán el fin del mundo, porque se aburrirían después sin tener una humanidad a la que mortificar lenta, continua e ininterrumpidamente: como ahora.