FAUNA URBANA>

Nuevos pobres – Por Luis Alemany

De la misma manera que el abrupto acceso a la riqueza suele inscribir a sus repentinos beneficiarios en el síndrome del nuevo rico, tal vez pudiéramos plantearnos si la inesperada integración en la miseria no produce -a quien la sufre- lo que pudiéramos llamar paralelamente el síndrome del nuevo pobre, de características muy disímiles; ya que mientras los síntomas de aquel consisten en un desmedido alarde de poder económico, ridículo, grotesco e innecesario, que -por lo común- pone en vergonzosa evidencia social a quien así se comporta, este se manifiesta por la habitual incapacidad de sus miembros de adecuarse a sus nuevas circunstancias económicas, manteniendo (tal vez por una cierta inercia, que elude la cruda realidad) algunos de los gastos presupuestados de su anterior etapa, que en la actual resultan imposibles de asumir, en una especie de amnesia de la cruda realidad económica a la que imprescindiblemente deben ceñirse en la actual penuria, pero que no contemplan con el suficiente rigor con el que deberían hacerlo.

No puede uno por menos de plantearse tal peculiar comportamiento al conocer la noticia de que una entidad de actividades sociales de una de las administraciones canarias gasta mensualmente cerca de doscientos mil euros en el alquiler de dos locales que permanecen cerrados; tratando de incidir con ello más allá del evidente escándalo social que supone (en momentos de mucha acuciante necesidad) el despilfarro de ese dinero, que podría alimentar a doscientas familias mensualmente; para situarnos en ese territorio -mucho más complejo: ¿mucho más peligroso?- que pudiera desprenderse del habitual comportamiento del nuevo pobre antes mencionado, que no quiere, sabe o puede prescindir de los hábitos económicos en los que ha sido educado en tiempos de bienestar pretéritos.

Tal vez sería demagógicamente injusto no plantearse -con un cierto rigor- cuál debería ser el inapelable precio de la pobreza que hoy sufrimos: porque, a lo mejor, esos dos locales alquilados sin ninguna rentabilidad social inmediata aguardan una determinada utilidad, o (yendo más lejos) rescindir sus alquileres resultaría más gravoso que el impasse económico en el que se encuentran ahora; de la misma manera que rescindir contratos de personal administrativo que no tiene nada que hacer -porque no hay nada que hacer- pudiera resultar más deficitario que seguir pagándoles el sueldo sin hacer nada: en cualquiera de los casos, piensa uno que en los momentos de supuesta crisis económica (como esta que dicen que vivimos) resulta muy difícil acceder a la pobreza, desde un utópico estado de bienestar ya olvidado.