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Pesadilla en la juguetería – Cristina García Maffiotte

Pensé que esta vez lograría que todo fuera diferente, pero me equivoqué. En casa subrayé y repasé hasta memorizar los catálogos de juguetes de tres centros comerciales diferentes. Unos folletos que son como guías telefónicas pero sin orden alfabético ni lógica alguna y que se supone que están dirigidos a los niños pero que, en realidad, están diseñados para que los padres nos volvamos locos, pasando páginas hacia adelante y hacia atrás y sin encontrar nada porque todas las fotos se parecen. Todo pensado para que te aburras y, al final, por comodidad o supervivencia de tu salud mental y de tu sistema nervioso, compres todo en un mismo sitio, sin mirar precios y santiguándote cada vez que pasas la tarjeta de crédito para que no empiece a soltar humo. Pero no. Eso ha sido otros años.

Esta vez me lo curré. Hice un cuadro Excel comparando precios y me lancé a comprar los reyes con miedo, sí, pero también con determinación; como cuando había que ir a cubrir una rueda de prensa de José Segura. Sabías que sería duro, que sería eterno y que ibas a volver con dolor de cabeza; pero había que hacerlo. Pues lo mismo. Los planes y el cuadro Excel duraron lo que fue llegar al primer centro comercial y preguntar por el primer juguete de la lista; una Monster High (para los que no tengan hijos es una muñeca que viene a ser el resultado de un polvo entre Drácula y la novia de Frankestein). Fue nombrarla y ver la lástima en la mirada de la dependienta y no hizo falta que dijera nada más; estaba agotada. No hay peor noticia que esa; bueno, sí, cuando al “está agotada” le acompaña la frase “desde hace semanas”. Entonces comprendes que cientos de madres ya han recorrido hasta la última juguetería de la isla buscando esa puñetera muñeca… y lo han hecho mucho antes que tú.

Aun así, mantuve el tipo y seguí preguntando por juguetes de nombres imposibles. No soy tan mayor, pero en mi no tan lejana infancia los coches teledirigidos solo se diferenciaban en el color. Y tú los pedías o rojos o azules. Y lo mismo con el Nenuco que pedías el grande o el pequeño y punto. Ahora no. Ahora hay treinta tipos de coches teledirigidos y todos tienen un nombre que parece elegido por Chiquito de la Calzada como el (este es real) Lasher Stunt Chaser Surt radio control. Que yo me imagino al de marketing de la empresa juguetera, poniendo los nombres después de beberse botella y media de pacharán porque si no, no tiene explicación.

Aunque no sé qué prefiero, si esos nombres ridículos o los que van de trascendentes y te hacen sentir aún más absurda. Porque eso fue, precisamente, lo que me hizo rendirme sin completar la lista. La tremenda sensación de ridículo al entrar en una juguetería perdida por esos barrios de dios, la novena que visitaba, cruzando los dedos, rezando para que allí lo tuvieran, y oírte a ti misma, con voz temblorosa, diciéndole al anciano de detrás del mostrador ¿Disculpe, tendrá usted la Guarida de la Desesperación? Y morirte de vergüenza cuando el buen hombre te contesta; “eso no es aquí. Es enfrente, donde la Oficina del Paro”. Desde entonces, sufro pesadillas porque sé que debo volver, ahí fuera, a completar la dichosa listita. Y no me encuentro con fuerzas.