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Tiempo de buenos deseos – Por Víctor Corcoba Herrero

Desde tiempos inmemoriales ya formaba parte de la propia curación el deseo de ser curado. Por consiguiente, aparte de que sean saludables los buenos deseos, además vencen el miedo e infunden en nosotros una tranquilidad y un sosiego que se agradece en estos tiempos de incertidumbre. Por desgracia, hoy en día tendemos a anhelar determinados bienes concretos, para nada espirituales, cuando en realidad lo que en verdad nos llena son las inquietudes del alma y no las del cuerpo, la donación interior y no el carruaje externo con el que a veces vivimos. Es a través del amor cómo los seres humanos se engrandecen, superan todos los obstáculos, puesto que, si en verdad quiero el bien del otro, debo ponerme a su servicio, sin condiciones ni condicionante alguno. Somos una especie, con un corazón inquieto, que busca el deseo permanentemente. De ahí la esperanza por conocer el agua que empapa esta tierra o la luz misma que hace brillar las cosas hasta darles vida. Buscamos ese absoluto, ese horizonte que enciende el sentido de la belleza, y que nos hace experimentar esa felicidad cuya nostalgia portamos en nuestros espacios interiores. Es la dimensión transcendente la que nos hace pensar sobre nuestra misión en este mundo. Por eso, sería un gran avance pensar en los buenos deseos, pero desde una pedagogía del corazón, y para esto no es necesario tener creencia alguna. El mismo amor nos eleva, domina todas las cosas y sobre él nadie tiene dominio. No hay nada más fuerte. Por sí mismos tenemos que formarnos, o reafirmarnos, en el gusto por las auténticas alegrías de la vida. Cuidado con los objetos del deseo incapaces de saciar el alma. Son muchas las personas que a diario se decepcionan y tienen una sensación de vacío. Si algo caracteriza el momento actual, ello radica en la siembra de confusiones.