Los diputados españoles presumen, con razón, de ser de los más prolíficos del mundo. Efectivamente, según la CEOE, en España hay en vigor nada más ni menos que 100.000 leyes de todo tipo. La mayoría de esas normas cambian constantemente, son contradictorias unas con otras, sus destinatarios ignoran muchas veces su misma existencia y gran parte de ellas nunca llegan a aplicarse.
Por eso me aterra que el portavoz socialista valenciano, Antonio Torres, pida más presencia en las Cortes autonómicas y más días de trabajo legislativo. ¡No!, ¡por favor! ¡No más leyes! Me conformaría con que se aplicasen las que hay y que incluso se redujera la mayoría de ellas, como las que imponen diferente etiquetado de los productos de una región a otra u obligan a hacer distintas pruebas de ITV en cada comunidad autónoma. Es que a nuestros políticos les gusta tanto legislar que hasta modifican muchas leyes antes de que entren en vigor o las sustituyen en seguida por otras que dejan las cosas como estaban antes de su modificación. Lo importante es dictar leyes y presumir luego, como se envanecía el portavoz de un Gobierno autonómico, de que “hemos duplicado de un año a otro el número de leyes aprobadas”. Para remediar tanta hemorragia legislativa propongo que los parlamentarios pasen menos tiempo en sus escaños y más en la calle, visitando asociaciones de vecinos, comités de empresa, grupos de discapacitados, pequeños empresarios, oficinas del INEM,…
Eso es lo que suelen hacer los diputados británicos y ya ven: por no tener muchas leyes, hasta carecen de Constitución escrita; pero, eso sí, sus conciudadanos se sienten mucho mejor representados por ellos que nosotros por tantos prolíficos e inútiles legisladores como mantenemos.