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Amor – Por Domingo Negrín Moreno

Desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo, alentado, mortal, difunto, vivo, leal, traidor, cobarde y animoso, no hallar fuera del bien centro y reposo, mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, enojado, valiente, fugitivo, satisfecho, ofendido, receloso, huir el rostro al claro desengaño, beber veneno por licor suave, olvidar el provecho, amar el daño, creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño. Esto es amor. Quien lo probó lo sabe.

Menos mal que el espíritu de Lope de Vega me comprende. Podríamos escribir a medias un soneto o cualquier otra composición poética con rima romántica.

Buscarle una explicación científica al amor es una incongruencia, porque la irracionalidad es su razón de ser. El corazón bombea la sangre que fluye por las venas y riega el cerebro para oxigenarlo. Metafóricamente, el amor sería el cable que conecta el cabezal al depósito de los sentimientos.

Para empeorar lo complicado, se ha descubierto que el corazón encierra un sistema nervioso independiente y muy desarrollado con más de 40.000 neuronas y una compleja red de neurotransmisores, proteínas y células. Se piensa que ese otro cerebro influye en la interpretación de la realidad que nos rodea y, consecuentemente, en nuestras reacciones. De ahí que el amor del corazón no sea una emoción, sino un estado de conciencia inteligente.

También dicen que el amor produce el mismo efecto analgésico que los calmantes y que el enamoramiento activa las áreas cerebrales de la recompensa. ¡Aaaaay! Lo que necesito es un tranquilizante. Por cierto, ¿a qué se deben los escalofríos? y ¿por qué experimento descargas eléctricas?

Yo me emborracho con endorfinas, no con alcohol. La droga que consumo es pura química humana. Me temo que la fuerza más poderosa del universo es mi mayor debilidad. Y, sin embargo, acumulo energía suficiente como para cambiar el planeta de galaxia.