Esa tarde o noche, que ya ni sé lo que era, escuché como se suele escuchar a los locos. Bueno, debo admitir que, si era tarde, ya había recalado en ella la oscuridad, que de esto sí estoy seguro. Digo que esa posible tarde, seguro oscura y sin estrellas, por la dictadura natural de la Luna, El Jefe se emperchó y se puso delante de la cámara para una vendida de moto, pues se limitó a enhebrar palabra linda tras palabra bella sobre el bienestar que tarde o temprano terminará por regresar, como parece que también hará el mismo salvador supraterrenal (que así está escrito, creo), a esta tierra atlántica, al menos para el regocijo de la gran mayoría de los que aquí aún hacen sus necesidades más básicas y elementales, aunque sea en lugar más áspero que el inodoro. El Jefe encadenó deseos variopintos como lluvia multicolor de estrellas y de pronto debió sentirse sobrevolando una amplísima manada de feligreses embobados por discurso tan dulce, sensato, irrefutable, penetrante y luego orgásmico. Lo de El Jefe era lo más parecido al acto divino de definición del camino (y esto nada tiene que ver con Escrivá de Balaguer) que conduce al placer eterno. La escenificación estaba siendo tan perfecta, larga y atrevida que a El Jefe, en un descanso infinitesimal, uno de sus más babosos colaboradores tuvo que pellizcarlo para que mirara y entonces, con sus sentidos ya levantando polvo majorero, poder decir a su misma majestad: “Jefe, que no estamos en el Vaticano ni usted es el papa; jefe, que estamos en Betancuria y hace un frío que pela. Además, en nada, tenemos la degustación de quesos hechos con leche cruda de cabra, que no querrá perderse por nada del mundo. Le recuerdo que esto es algo muy importante para el nacionalismo”. El Jefe remedó primero y luego asintió con desgana: “Ah, ya… Lo de siempre”. Optó por el despeje del balón para así tener más tiempo atendiendo a los celajes. Pero la lapa seguía pegada: “Jefe, que ya, que ya… Jefe, que llegamos tarde”. Y El Jefe: “Que no, que no… Que estoy a punto de hacer grande a Canarias; ahora, el milagro. ¡Verás!”… “Jefe, pruebe este… ¡Buenooo…, eh!”. “Y la tele, dónde está la tele…, joder. Sin tele no soy nadie”. “Jefe, jefe…, otra pesadilla. Descanse de una vez. Anda”.