En los primeros compases del año todo sube -el precio de la luz, el agua, la gasolina, los billetes de tren, las recetas de la farmacia-, todo, menos la popularidad del Rey. Al decir de las últimas encuestas está en niveles que apenas superan el aprobado.
Mal asunto porque en su condición de Jefe del Estado el Rey es un sÃmbolo y como tal venÃa siendo estimado por la mayorÃa de los ciudadanos a lo largo de todo su reinado. Pero las cosas han cambiado en los dos o tres últimos años. Tengo para mà que el distanciamiento de una parte de la opinión pública tiene que ver con algunos de los errores de la conducta del monarca que están en la memoria de todos, pero, también, por una parte con el cambio generacional y por otra, con las descarnadas consecuencias que apareja la recesión económica. Para quienes vivimos los avatares de la Transición y la lucha por las libertades democráticas, la figura del Rey ocupa la parte central de un retablo abarrotado de emociones y sobresaltos pero con un final feliz. Para quienes tienen ahora menos de cuarenta años, el relato de aquella aventura no les dice nada. Viven en una España que es un Estado social y democrático de Derecho- como proclama la Constitución-, y lo que ven lo juzgan con la naturalidad y la dureza de quien se sienta a una mesa ya puesta sin saber lo que cuesta llenar la despensa ni lo duro que es el trabajo de la cocina. Juzgan sin contemplaciones. Y de ahà nace el rechazo o la indiferencia que recogen los sondeos en los que se mezcla el juicio a las personas con el que suscita la propia institución.
Por lo demás, vivimos tiempos difÃciles en los que son muchos los ciudadanos que sufren los latigazos de una crisis brutal que cursa con despidos masivos y empobrecimiento acelerado de amplios sectores de la sociedad. Es un estado de cosas en el que fermenta un rechazo generalizado, hasta cierto punto lógico, hacia todo cuanto que supone pompa y privilegio. Quienes aconsejaron al Rey para que aceptara una entrevista planteado en un registro cortesana impropio del siglo XXI, está claro que no han sabido interpretar el mensaje que destilan las encuestas.