Distraído por los grandes decorados de la caída del Imperio -porque son decorados los que, hasta el momento, podemos ver: lo último, el ministro lémur acusando a la oposición parlamentaria del canallesco intento de preguntarle cosas- no me he dado cuenta de que Antonio Castro Cordobez ya no preside Coalición Canaria (antes API) en La Palma. Es un golpe de consideración, porque don Antonio forma parte, como el marquesote y el arcángel San Miguel, de la iconografía palmera consagrada por la tradición. Es como si se hubieran fundido los casquetes polares mientras uno salía por tabaco. Antes de su retiro, un retiro en todo caso parcial y apenas mediopensionista, Castro ha sabido ganar, o al menos no perder, su última batalla.
Durante lustros la hipotética sucesión de los coalicioneros palmeros ha tenido a dos aspirantes in pectore, Juan Ramón Hernández y José Luis Perestelo. Aunque Hernández es un inequívoco veterano del partido, Perestelo echó los dientes y adquirió toda su abundante pilosidad neardentaloide en las mismas rodillas de Castro Cordobez. Fue el secretario general de API y CC durante eras geológicas completas y siempre estuvo íntimamente convencido de que la púrpura sería suya sin remedio, mientras Hernández, claramente, prefería y se volcaba en la gestión municipal. El líder actuaba como un augusto equilibrista entre ambos, riñiendo paternalmente a uno o a otro, pero incluso en La Palma las cosas (desde las rapaduras a los amaneceres) se acaban algún día. Perestelo cometió muchos, demasiados errores: huyó del Cabildo insular, huyó del Congreso de los Diputados, se apoltronó en el Parlamento regional. En todo caso, como en aquella espantosa película de los años ochenta, solo podía quedar uno. Precisamente aquel que pudiese contar con el respaldo de Castro y la colaboración de Guadalupe González Taño. Con carácter previo se decidió que el congreso se fragmentara territorial y cronológicamente en tres fases y se reformaron los reglamentos para que una hipotética candidatura alternativa se quedara sin cuota de representación en los órganos de dirección. En breve comenzará el postdonantonioismo, que no será ni paulinista ni antipaulinista, ni nacionalista ni regionalista, ni reformista ni inmovilista, sino justo eso y todo lo contrario. Como aquel monje budista al que el discípulo preguntó: “Maestro, ¿qué es el zen?”. “Nada”, le respondió el monje. “¿Nada? ¿Seguro?” “Pues todo”. “No puede ser nada y todo a la vez”. “Si esperas lo suficiente, sí”.