Según las estadÃsticas, cada ciudadano de los que aún trabajan en España dedica unos ciento cincuenta dÃas al año a pagar impuestos. O lo que es lo mismo, trabaja medio año para sostener los gastos de lo que llamamos Estado del Bienestar. De los casi cuatrocientos mil millones de euros que consume cada año el Estado, la mitad, más o menos, proviene de diferentes figuras fiscales (renta, sociedades, consumo, etc.). Una gran parte del dinero que entregamos durante nuestra vida laboral -el importe de veinte años del total, si hacemos caso a las estadÃsticas- regresa hacia nosotros o hacia el prójimo a través de diferentes servicios públicos y asistenciales. Otra sirve para sostener el sistema. Un Estado se basa, esencialmente, en los impuestos. Más allá de la cháchara polÃtica e ideológica, el fin último de los nacionalismos, en cuanto proyecto de soberanÃa, es hacerse con la pasta de un conjunto determinado de ciudadanos y empresas. El Estado es la pela y los ciudadanos son, al mismo tiempo, propietarios y esclavos del invento. Nuestro paÃs ha conseguido situarse, en relativamente poco tiempo, a la cabeza de los paÃses europeos en presión fiscal. Para salvar España de la quiebra, las autoridades han aumentado las cargas fiscales a los trabajadores y a las (pequeñas) empresas. Atendiendo a todo esto, resulta interesante conocer las cuentas de los partidos polÃticos. Porque, además de para todo lo anterior, el dinero de los impuestos sirve para sostener el entramado de instituciones sobre el que opera el sistema democrático: gobiernos, parlamentos, diputaciones, cabildos, ayuntamientos, partidos polÃticos, sindicatos, patronales, fundaciones y trabajadores públicos de las diferentes administraciones. Las cuentas que ha hecho públicas del PP -como respuesta a las acusaciones de financiación irregular- merecen una especial consideración. Hay que aplaudirlas. SerÃa muy bueno para la democracia que cada ejercicio se presentara, de forma sencilla, comprensible y clara, la contabilidad de todo el sistema que sostiene lo público. El 90% del presupuesto de los partidos se financia con dinero público. AsÃ, al pronto, viendo la contabilidad de los populares, uno se asombra de que los gastos de personal hayan subido más del veinte por ciento en los peores años de la crisis. Pero no es raro. Es, casualmente, lo mismo que ocurrió en las administraciones autonómicas y locales, que contrataron más de 300.000 nuevos empleados del 2008 al 2011. Y habrÃa que ver si ocurrió lo mismo en otros partidos, sindicatos y patronales. Eso mientras en el mundo real caÃa el diluvio. Esto significarÃa que mientras las clases medias pagaban y se ahogaban en la penuria, todo el sistema que funciona a su costa -y a su teórico servicio- se enajenó de la crisis en el blindaje de un mundo aparte. Que es, por cierto, lo que yo creo y las cifras dicen.