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Entre euros y diretes – Por Juan Antonio Sánchez Campos

   

Váyase señor Rajoy”, es una de las copias mal hechas por Alfredo Pérez Rubalcaba y la postura que adopta “presumiblemente” el PSOE en relación con los actos de corrupción y gestión política austera del Gobierno. Los dirigentes sí tendrían que estar bien pagados por su propia valía representativa, no así los segundos de a bordo o la tripulación de la nave del Gobierno. Los representantes de los ciudadanos no tienen por qué sufrir consecuencias desafortunadas por una mala praxis de algunos de ellos en el orden salarial, ya que, supuestamente, están para asegurar la economía, libertad, derechos y subsistencia de los ciudadanos del país que los nombro.

Ya ha llovido desde aquella frase pronunciada por el señor Aznar refiriéndose al entonces presidente Felipe González. Mientras que algunos siguen con la misma elocuencia de siempre, hay otros que nos sorprenden de la noche a la mañana preguntándonos ¿pero dónde va el Santo Padre? Y es que siempre hay un antes y un después, como en todo razonamiento medianamente lógico, para entender los sucesos que nos sorprenden a menudo, como la imagen de un país enmascarado bajo un sorprendente panorama de riqueza que se desploma de improviso y arrastra en la caída el Estado de Bienestar de sus ciudadanos, a los que luego hará desaparecer del mapa la llegada de un nuevo Gobierno. En cuanto al insigne inquilino del Vaticano, poco hay que decir después de su renuncia; agotado, bajo presión o sumido en una oleada de tramas urdidas por sus más insignes y cercanos colaboradores, nada mejor que optar por una jubilación anticipada en un lugar tranquilo, en el que hacer un análisis de conciencia sobre lo que pudo, le dejaron o no quiso hacer en su momento. La realidad es que las noticias llegan a colapsarnos las neuronas por la avalancha de éstas cada día; sin haber digerido la primera, nos llega otra cucharada imprevista que nos atraganta el futuro. En lo que no cabe duda alguna es que, a pesar de todo lo que venga a tapar lo anterior, nada se presume que venga a menguar el desconcierto en el que está inmersa la ciudadanía ante hechos de calado significativo que no admiten ser solapados con argucias de índole política confeccionadas por impulsos de supervivencia en la élite de esta clase.

En una nación con una economía deficitaria como la nuestra, no tiene ningún sentido querer fomentar su crecimiento tan solo con políticas de austeridad en su trayectoria hacia el repunte esperado; la deuda la tenemos encima, tan cierta que no debemos caer en el error de querer atajarla de un plumazo austero e insolidario con el ciudadano. Por mucho que nos azucen desde Alemania para solventar el pago cuanto antes, pues no tenemos que olvidar el hecho de que fueron ellos los que se mostraron dispuestos a prestar el dinero a las entidades bancarias y financieras españolas, para atender el alud de crédito que se precipitó entre la sociedad y atrajo la crisis que ahora padecemos.

Ahora, con la depreciación del euro, tienen que tener cuidado para que la generosidad de su mercado bancario, con algunos países de la ahora en recesión, no sea motivo de perjuicio a la economía y los mercados alemanes por su falta de predisposición a menguar los recortes y reformas, a los que induce su posición de poder en el Consejo Europeo, Banco Central Europeo o Fondo Monetario Internacional.